“Acorde de duende”, el imaginario de Ginés Liébana

En colaboración con la Diputación Provincial de Córdoba, y de los ayuntamientos de Villa del Río y de Torredonjimeno, Jaén, municipio natal del artista, e instalada en el Museo Casa de la Moneda de Madrid, se presentan más de 170 obras del escritor, poeta, dibujante y pintor Gines Liébana bajo el titulo “Acordes de duende”: retratos, piezas de su etapa brasileña y de otras épocas que dan cuerpo a esta fiesta visual en la que figuran 70 piezas recientemente realizadas mediante collage, procedimiento utilizado por Ginés desde hace más de medio siglo; procedimiento que enriquece, además, el universo de un Ginés instalado en la modernidad que soslaya el imperativo y especulativo término “contemporáneo” dirigido a la mercancía plástica.

05 may 2019 / 11:05 H.

En colaboración con la Diputación Provincial de Córdoba y los ayuntamientos de Villa del Río y Torredonjimeno, ciudad natal del artista, e instalada en el Museo Casa de la Moneda de Madrid, se presentan más de 170 obras del escritor, poeta, dibujante y pintor Gines Liébana bajo el título “Acordes de duende”. Retratos, piezas de su etapa brasileña y de otras épocas que dan cuerpo a esta fiesta visual en la que figuran 70 piezas recientemente realizadas mediante collage, procedimiento utilizado por Ginés desde hace más de medio siglo; procedimiento que enriquece el universo de un Ginés instalado en la modernidad que soslaya el imperativo y especulativo término “contemporáneo” dirigido a la mercancía plástica.

Hace escasas fechas, en conversación con Antonio López, percibí cómo el artista de Tomelloso mostraba su cuidado ante el enorme griterío formado en torno al llamado arte “contemporáneo”. En efecto, si reparamos en la vertebración que se hace del arte de los últimos decenios apadrinado oficialmente, percibimos cómo tanto la escultura como la pintura tienden a lo pomposo más que a lo reflexivo que es, a mi modo de ver, el sustantivo que ahorma esta formidable exposición de Ginés Liébana (Torredonjimeno, Jaén, 1921), abierta desde el pasado día 9 de abril hasta el próximo día 10 de junio. con la que culminan una serie de acontecimientos recientes celebrados en torno este jiennense-cordobés, comenzados al finalizar el mes de junio de 2016 en que, invitado por Diario JAÉN como Padrino de 6 Jóvenes creadores jiennenses galardonados por el periódico, Ginés Liébana regresó a la ciudad después de muchos años; repitiendo la visita con motivo de su exposición homenaje celebrada en el Museo de Jaén durante el año 2017, base de mi comentario anterior sobre el quehacer de Ginés, en alguna medida, reflejado en la presente entrega. Juicios, en fin, aproximativos, vertebrados en torno a este conjunto de obras armadas mediante imágenes que permiten atisbar mixturas relacionables con los diferentes escenarios habitados por este creador de universos estimulantes a la vista y al entendimiento y que, en algún sentido, dejan vislumbrar también aquel Paris de Jean Cocteau quien, junto a Édith Piaf y Maurice Chevalier conforman el cenit de un París inexistente tras el fallecimiento de estos artistas. Desde entonces, “la Vie en Rose” perdió sentido y “Orfeo negro” pasó a ser recuerdo de quienes visitaron la ciudad francesa con la asiduidad que lo hacía y, aun a sus 98 años, lo sigue haciendo absolutamente dinámico en el mejor de los sentidos. Sin duda, el más cosmopolita y vitalista de los miembros de un “Cántico” que, no obstante, la firmeza de su pulso, o por él, recibió un trato de incuestionable mezquindad.

Pintor de universos angélicos y palpitantes con ecos en lo aparentemente inmediato; como es sabido, en 1949 comienza la segunda etapa de “Cántico” en la que participa Ginés Liébana, junto a los poetas Ricardo Molina, Juan Bernier, Pablo García Baena, Julio Aumente y Mario López, propiciando una quiebra con respecto a la poética establecida a través de algo tan inofensivo como unas hojas de papel editadas como “Cántico”. Revista ya mítica, en la que publica Ginés sus obras con éxito. Imágenes, en alguna medida, hermanas de las de Miguel del Moral (Córdoba, 1917; 1998), de quien, por cierto, me place anunciar aquí, de la existencia de un dibujo de su mano conservado desde los años sesenta del pasado siglo en la colección del Ayuntamiento de Jaén. Pintor, el citado cordobés, de fina hechura e imágenes dolientes en aquella Córdoba de los sesenta del pasado siglo, en la que, al margen del ensimismamiento despertado por el Equipo 57, cuya efervescencia continúa hoy merced a ciertos sectores del funcionariado más áptero, contaban de modo significativo Ángel López Obrero, Botti, Pedro Bueno, Paco Aguilera Mate, el estupendo dibujante y crítico de arte Francisco Zueras y, claro es, cómo olvidar a Emilio Serrano...

Cito este hecho, como uno más a la hora de testificar el ensombrecimiento acaecido en torno a numerosos artistas cordobeses, pero también y, de modo principal, sobre Ginés Liébana, certeramente rescatado mediante la concesión de la Medalla de Andalucía, otorgada en 2012, por la Junta de la correspondiente Comunidad; posteriormente galardonado también por la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada. Ciertamente, la tibieza con que ha sido tratado este escritor, poeta y pintor resulta a todas luces inadecuada y, claro es, como acaece con otros nombres y aspectos del arte moderno, tiene que ver un funcionariado cultural demasiado áptero, cuyos intereses tienden de modo contumaz al arte subvencionado; cuyo concepto de gestión encontró en Francia reparos considerables a través de reflexiones tan autorizadas como la del profesor y académico francés Marc Fumaroli.

En horizonte tan acotado, toda obra que pretenda estar ha de mimetizarse debidamente con la corriente de la época que pasó, casi de golpe, de la poética de lo social, a la no figuración más nihilista y decorativa. Años, en fin, de calculada doctrina en los que la literatura anglosajona primaba sobre la obra pictórica, especialmente sobre la no acorde con los códigos oficiales. Para dar sensación de neutralidad, aquel entramado de intereses, reclamaba un marchamo suficientemente vanguardista; cuyo peaje era contemplar y contemplarse en espejo literario como el celebérrimo “Ulises” de James Joyce, incuestionado o profeta, acompañado y debidamente orquestado con la obra del dublinés Samuel Beckett, quien nos dejó “Esperando a Godot” y, probablemente, en ello andamos. La España de la época, la oficial, seguía bostezando e ignorando artistas de excelente porte. Por dar solo tres nombres de pintores, recordemos estos: Lucian Freud, Balthus y Antonio López.

Contemplado semejante dislate, parecería que se anticipaba otro de los atractivos con el que snobs de toda laya babearon y babean si tregua: “lo contemporáneo”. Parafraseando al desaparecido Julián Gállego, sarampión incurable que hoy siguen sosteniendo los caprichos de algunos acólitos de aquellos “ilustrados”, gran parte de ellos finiquitados o, cuando menos, desenhebrados de aquella dictadura abstracta cultivada por los dos grupo oficiales del oficial-informalismo: “El Paso¨ y “Dau Al Set”; poética ante la que fue absolutamente reacio Ginés Liébana, victima significativa de un entramado de intereses construido al socaire de una crítica y una estética escasas de razón; cuya sensibilidad o sensibilidades, no se llevaron bien con las poéticas cultivadas por Ginés Liébana, de alguna manera, soslayado también por algunos componentes del “Cántico”, disculpen la paradoja, más arraigadamente ortodoxo. Nos referimos a territorialidades diferentes a las de Eduardo Chicharro Briones, pintor y poeta, a cuyo territorio corresponde también cierta veta surrealista y postista de Carlos Edmundo de Ory, y, entre otros, la de Carlos Oroza... quien, después de los años del Café Gijón, se me acercó de la cálida mano de Tomás Paredes.

Efectivamente, la compostura intelectual del “Cántico” más enrocado en la tradición formal difiere sensiblemente del espíritu indomable que habita en Ginés Liébana, produciéndose con ello el correspondiente deslinde entre ambos estados de pensamiento de un grupo que, estudiado con reposo, tiene orillas a uno y otro lado. Contemplada en ángulo diferente, la perspectiva de veta gongorina que palpita en “Cántico” entra en conflicto con la llamada de compromiso, estética vertebrada a partir del dolorido aliento de la imprecisamente recordada guerra civil. Sin embargo, Ricardo Molina sólo podía cobrar voz desde su propia introspección, y la justeza de Juan Bernier con el silencio que lleva de suyo lo distinto; cierto que muy en la línea del secreto de auto-confidencialidad que presta salvoconducto a Pablo García Baena; contrapunto de la conducta del “Cántico” que parecería poner en cuestión la personalidad y la voz de Ginés Liébana con legitimidad en cualquiera de sus facetas y hechuras de un creador que, entre otros linderos, ensancha el legado cultural de cuantos sostienen el conjunto de voces que cantan en “Cántico”; de las cuales, probablemente, la de Ginés Liébana puede ser considerada la más rebelde y, también la que, tanto en pintura como en literatura, ha tenido que pagar mayor peaje por ello. Nos referimos a un sentido reduccionista, con implicaciones en el acarreo estimativo del citado grupo cordobés, que ha merecido reparos como el de Mateo Liébana, hijo de Ginés Liébana quien, con todo el respeto que confiesa y profesa a la generación de su padre, expresa su malestar. «También lo expresa en nombre de su padre», por el contenido del documental que narra la historia del grupo Cántico, dirigido por Sigfrid Monleón; considerando también, que el lugar de su padre y de otros integrantes de Cántico queda en el documental «eclipsado por el absoluto protagonismo de Pablo García Baena, que parece ser para el director del documental el único superviviente de este grupo» (ABC, Córdoba/20/1/2017), hecho que, probablemente, también tiene que ver con la autonomía de Ginés Liébana dentro de los componentes de “Cántico”, como lo ha tenido su marginación respecto a ediciones y premios, de los cuales, aunque no se haga mención aquí, tengo algún dato facilitado en su día por el desaparecido escritor granadino Juan de Loxa, para quien Ginés Liébana no deja de ser el Jean Cocteau español. Estimación en nada baladí, expresada por la persona, probablemente, de mayor información y más capaz a la hora de trazar un corpus de la cultura andaluza realizada durante el último medio siglo.

Por cuanto, de modo más centrado, hace a su obra, pintura, dibujo, collages... Ginés Liébana se comporta como el visionario que es. Hablamos de un creador de voz periférica y enigmática dentro del arte del siglo XX. Autor de obra abundosa, obsesivamente versátil al tiempo que recóndita. Obras nacidas por diferentes métodos, distintos momentos y otros tantos horizontes. Con ellos o desde ellos, el artista crea series y miradas sobre figuras inquietantes y, sin embargo, angélicas, intemporales y en muchos aspectos terrenales. Entrecruzamientos espaciales superpuestos exterior e interiormente, deudores de dos conceptos de luz y dos estados de alma. En fin, momentos de una retina inquiridora de emociones que funciona a destiempo o, por decirlo de manera más ajustada a nuestro entendimiento, a trasmundo. Imágenes creadas desde una periferia contemplada desde diferentes ángulos y, por consiguiente, con diferentes puntos de fuga para hacer más inquietantes estas criaturas plásticas situadas en un espacio que desea saltarse a la torera la marginalidad de un Platón que, bien leído o leído hoy, pretende marginar cualquier hecho que no alcance sublimidad dentro de lo real y perfecto; con lo cual y con siglos de anterioridad respecto de su nacimiento, el afamado griego se carga no solo el surrealismo, también destroza universos tan fantásticos como los de holandeses tan ejemplares como Joachim Patinir, Hieronymus Bosch... artistas, bien que a cierta distancia, no ausentes del mirar de Ginés Liébana quien receloso y a la manera de Pessoa en el “Libro del desasosiego”, podía decir algo parecido a esto: “esta cosa no es cosa de alegría, porque las alegrías del sueño son contradictorias y tristes y por eso resultan agradables de una misteriosa manera especial”.

Investido con capa de destino, Ginés pintó siempre lo que quiso pintar siempre. En este sentido resulta oportuno pensar que este artista no es de ningún sitio ni de ninguna tradición que corresponda a una escuela en la que pueda registrarse su pintura, lo es de todas y de ese trasmundo antes aludido, pero también de una realidad veneciana, ciudad en la que vivió algún tiempo y a la que viaja con frecuencia desde que en aquella recordada ciudad solo había un taller de cristal de Murano y el palacio de los Fortuny, hoy casi ruina, se mostraba esplendoroso. La Venecia del Marcel Proust de “La fugitiva”, fue contemplada repetidamente por la vivificadora mirada de Ginés Liébana desde ese entrecruzamiento que desde Europa recibe pálpitos de Oriente. Artista de muy buena mano y mejor mirada; creador de universos siderales, en sus morosos óleos mimados con media pasta, se advierte también ciertos verdes marinos que pertenecen, en su neutralidad y unificación de matices y transparencias, a las acuosidades del gran canal y, claro es, a una mirada abiertamente mediterránea que, sin embargo, no renuncia a ciertas poéticas del Norte, del Sur, ni a las de cualquier lugar remoto que sin estar dentro ni fuera de su trayectoria vital, aparece como brotando a modo de palimpsesto que superpone huellas de imágenes conducidas por el instinto y por una luz intervenida y filtrada a través de los años que, al cabo, actúan como aquel imaginado pintor de Proust encerrado en una habitación veneciana: veía pasar por sus paredes toda clase de imágenes reales e inventadas.

Un Ginés Liébana que, por cierto, en ningún caso debería constituir asombro, lo que verificamos al acercarnos al territorio de este artista es perplejidad es su vocación de sinceridad dadas sus mixturas: “Soy pintor y tengo la suerte de haberme formado en Córdoba y en la campiña cordobesa. Esto es fundamental para un pintor porque aquí se mezcla lo popular con lo elitista y lo barroco. Yo recomiendo a muchos artistas que aprendan en Brasil y Andalucía. Toda la literatura y el arte de América del Sur y América central vienen de lo que se ha creado en España. Sí, aquí hay tradición. Porque donde no hay tradición no hay nada”. Tal es el ir y el venir de Gines e través de imágenes, palabra, sueños y presencias hasta conectar actualidad y Edad Media: por lo demás, tiempo con el que maridan bien las criaturas pictóricas de Giner Liébana; cuyo universo de brujería, formas y colores se remansa buscando un concepto de belleza y quietud en cada imagen conformando toda una serie de narraciones superpuestas sobre espacios virtuales de cielos con abundosas nubes o de inquietas aguas que, en algún sentido, neutralizan o afirman la presencia de cada figura o cosa y dotan de poder y seducción el conjunto de cada obra. Todo ello dejado sobre pequeñas superficies a modo de muy moroso y vaporoso cristal con el que el artista moderno sustituye la ventana del espacio renacentista,