Descansa en paz, Indalecio; con la misma paz que transmitías
Corría 2010 y los chavales de aquella aula de Jabalquinto estaban nerviosos en el Palacio de la Diputación. Habían conseguido el primer premio provincial de la primera convocatoria del destinado al Medio Ambiente con una muy interesante y peculiar “Maleta recicladora” que incluía distintos juegos, poemas y divertidas pruebas destinadas a fomentar la conciencia general, y en particular de los más jóvenes, sobre la importancia del reciclado. Tras las presentaciones y entrega de galardones se acercó a ellos una figura con micrófono en mano. Me miraron con cara de cierta angustia contenida como implorando que los sacara de aquel embolado, pero enseguida la tranquilizadora, profunda y envolvente voz del locutor de Radio Jaén, que de nuestra emisora decana se trataba, los hizo tranquilizarse y dar rienda suelta a aquellas experiencias plasmadas en el trabajo ganador.
Aquella voz, aquella presencia solo antes reconocida a través de las ondas no era otra que la de Indalecio Morales, figura imprescindible en la historia de la radio en Jaén a lo largo de muchos años. Hoy nos llega la triste noticia de su partida hacia el éter electromagnético en el que vivió su voz y un resquicio de nuestra memoria no ya solo radiofónica sino incluso de la historia local se va con él.
Inolvidables aquellas entrañables mañanas de la radio abierta con público, con canciones, con concursos, con llamadas telefónicas y con la simpatía y el buen hacer de los profesionales como él que poblaron nuestro imaginario jaenero. Inolvidable su voz al frente de retransmisiones, noticias o momentos clave de aquel Jaén que avanzaba en la historia en ocasiones, y eso le atraía especialmente, a ritmo de saeta y procesión. Alguien dijo una vez que las ondas radiofónicas no son sino una forma más de energía y por tanto, siguiendo las leyes de la física, ni se crean, ni se destruyen, simplemente se van transformando en otra voz, en otro ritmo, en otra presencia frente a los oyentes. En alguna entrevista recuerdo haber escuchado que el sonido, ese halo que nos envuelve, nunca muere del todo, sino que se va desvaneciendo lentamente hasta permanecer casi de forma perenne a nuestro alrededor, flotando y llevándonos con él o viceversa.
En esa dinámica enmarcamos a Indalecio Morales. Su voz es ya patrimonio de quienes vivimos, comprendimos, criticamos y asumimos la historia que se iba produciendo poco a poco, entrelazada con sus presentaciones. Indalecio era, es y será “la radio” y junto con sus compañeros como Manolo Cruz, Lorenzo Molina, Ángel del Arco, Fernando García o Juanita Pastor en distintas emisoras y por citar solo algunos nombres, atesoran la banda sonora de unas vidas que los recuerdan asociados a momentos puntuales, emociones inolvidables o encrucijadas vitales que tienen de fondo la sintonía de tal o cual programa del dial. Recordemos, a modo de anécdotas historias como la sucedida a finales de los setenta, cuando logró entrevistar a Santiago Carrillo, Adolfo Suárez y Blas Piñar a la vez, sin que uno supiera de la presencia de los otros separándolos en los estudios de la emisora o los entresijos personales de gentes anónimas en aquella “Radio Modista” en la que la vida saltaba a borbotones ondas a través.
Radio Jaén, en realidad Jaén al completo, pierde un referente de su historia, pero ahí queda su voz, su trabajo, su entrega, su acento. ¿Nos retransmitirás algún evento especial desde el universo de los grandes periodistas? Descansa en Paz, Indalecio.
Cómo se pasa la vida y cómo se viene la muerte tan callando! Versos viejos que nos recuerdan la brevedad del ser. Para qué otros si los que están bien dichos valen siempre. ¿Tanto tiempo hace que se jubiló Indalecio? ¿Tanto desde que lo vimos por última vez con su mujer, cogidos de la mano, con aquel caminar lento para sentir densamente la calle? ¿Cuánto tiempo hace desde que nos preguntó por la salud, por cada uno de los compañeros, por la radio, por la tele, por el periódico...? Nunca salía de ese mundo. Era el suyo. Por eso pidió perdón a la familia cuando juntó lo vivido y lo aprendido en las páginas de un libro. Por eso juntó las páginas de un libro para contar lo vivido y lo explorado. ¡Conoció tanto y a tantos durante más de cuarenta años de profesión que todo se le escapaba por las yemas de los dedos...! ¿Qué se hace con el miedo a que se pierda para siempre una historia relevante? ¿Qué hace alguien con los recuerdos, con las conversaciones, con el mundo que le precedió y conoció y con ese otro mundo que vivió y le sucedió? Pues se hace lo que él hizo: buscarlo, encontrarlo y dejarlo escapar por esos dedos para quienes quieran seguir ese rastro y conocer otro tiempo.
Indalecio era una voz. Y, detrás, bonhomía. Por ahí van los mensajes. Cuando nos han dicho que se ha ido, se ha abierto un abanico de pesares, una sucesión de palabras sentidas. Quienes lo hemos escuchado, conocido, compartido, lamentamos su muerte. Y, claro, también sonreímos al recordar algo de él. La última pregunta era la suya. O, más que una pregunta, un ruego. Era la manera más sencilla de ir sumando tareas. Era grande, como esa mano con la que te agarraba la mano para transmitir su saludo; grande como su corazón que latía con poco ruido para no molestar; grande, como esa voz firme, rígida, altiva, grave y precisa para vencer al ruido de las ondas medias y largas. Cuando hablaba se le reconocía. Si era por la radio, era él. Si era fuera de la radio... ¡Anda, es él! Porque era su voz. Era Indalecio Morales Pérez, aquel hombre que nació en Santa Elena en 1937, que ya no está, pero que ha dejado un rastro claro por Madrid, Cádiz, Linares, Úbeda y Jaén, su última parada y su lugar de descanso. ¡Y que sea en paz, Indalecio, la misma paz que transmitías!