El recuerdo imborrable
de mi abuelo León

08 abr 2020 / 08:00 H.
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Mi abuelo León nació en el año 1929. Vivió la guerra y jugaba a las guerrillas con sus hermanos. Pasó el año del hambre aunque como le decía la vecina a su madre: “Tu León no está de pasar hambre”. Bueno, León no, por aquel entonces le llamaban Pedro. Él, como otros muchos niños, tenía el nombre que le ponía su familia y luego el que le ponía el señor del registro. Pues hasta los 18 fue Pedro y cuando le llamaron para hacer la mili, se enteró de que se llamaba León. Vivió en Madrid. Le gustaba mucho ir al teatro. Trabajó en varios sitios y en todos se hizo de querer. En el hogar del jubilado, donde me llevaba a desayunar, todos le querían y le respetaban. Decían de él que era un hombre con el que daba gusto hablar. Era respetuoso y abierto de mente. Decía las cosas con una naturalidad y un cariño que hacía que fuera muy difícil enfadarse con él. Recuerdo una tarde que le hice un bizcocho. Me dijo que estaba rico, pero que le acercara una magdalena para quitarse el regusto que le había dejado mi bizcocho. Hacía las mejores alcachofas fritas del mundo, y con mi abuela Aurora, hacían cajas y cajas de rosquillas deliciosas. Ha viajado mucho. Incluso con 80 años se fue a París a visitar a mi hermana, que vivía en un sexto sin ascensor. Hasta los 84 años vivió sin tomarse ni una pastillita, ni haber estado ingresado en un hospital nunca. Después de su microinfarto en 2014, ha vivido seis años más disfrutando de su familia, de sus amigos de la plazoleta del Pilar del Arrabalejo y de una fiesta homenaje a sus 90 años acompañado de la gente que más le quería. El pasado 1 de abril mi abuelo nos dejó. Solo, en una habitación de hospital, y sin nadie que le acompañara. Me gusta pensar que en estos últimos días ha podido sentir el calor que le mandábamos desde nuestras casas y que tuviera suficientes recuerdos bonitos en su memoria para no sentirse tan solo.

A mi abuelo querido, el más bueno del mundo entero y parte del extranjero.

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