Adiós a Pura, cuya sonrisa era como el mejor de los abrazos

22 abr 2019 / 08:00 H.

Cariñosa, entregada, sencilla y muy trabajadora. Purificación Ramírez Zegri tenía todas esas cualidades que convierten a una persona en alguien querido por todos. Y es que, ciertamente, no había nadie como Pura, tal y como la llamaban sus familiares y conocidos. Su sonrisa, siempre presente en su rostro, era como el mejor de los abrazos cuando alguien entraba por las puertas de Casa Antonio, la venta que regentaba desde hace unos 60 años, que lleva el nombre de su esposo y que tiene, tras de sí, una hermosa historia de amor, entrega y esfuerzos. Pura conoció a Antonio cuando aún era muy joven en su pueblo natal, Campillo de Arenas. Y no podría decirse de ellos que no fueran una pareja bien avenida. Entre los dos construyeron no solo un negocio más que sobresaliente, sino que su mayor logro está en sus tres hijos: Gregorio, María y Chelo. A ellos le dieron todo el amor que cabía en sus corazones y no faltó el día en el que Pura se desviviera por verlos felices, por educarlos y criarlos con su buen hacer, con ese encanto que solo una madre como ella podría dar. Sus hijos nunca se vieron desamparados bajo su cuidado, pues Pura nunca cesó de apoyarles y darles ese pequeño empujoncito para que pudieran conseguir todo lo que se propusieron. Desgraciadamente, Antonio se fue demasiado pronto. Ahora hacen aproximadamente 18 años que partió y en todo este tiempo no hubo un solo día que Pura se rindiera en la gran labor que es sacar adelante a su familia y su querido negocio. Tanto es así, que Pura no se separó de la venta hasta hace muy poquito; pues, a pesar de sus 85 años, ella seguía enamorada de este restaurante y no quiso dejar nunca de lado la alegría que le traía el ir y venir de cientos y cientos de comensales que, en muchos casos, iban para verla a ella. El alma y el corazón de Casa Antonio. Para ayudarla a mantener el negocio se prestaron su hija menor, Chelo, y su yerno César, además de sus nietos Julián, Toti y Sergio. Juntos hicieron del local uno de los más famosos de la provincia. Desde hace unos años al presente día, Casa Antonio afrontó muchos cambios, pero siempre mantuvo algo inmutable: a Pura. Esta era su venta, era su casa y su vida. Era increíblemente trabajadora y no importa cuál fuera la tarea, ella lo hacía con esmero, alegría y voluntad. Tanto ella como su esposo fueron muy trabajadores y se entregaron a su negocio, aunque de Pura destaca la gran habilidad que siempre la caracterizó de saber repartir su tiempo y esfuerzo a partes iguales entre la venta y su familia. De hecho, cuando aún trabajaba en la cocina de Casa Antonio, Pura no solo hacía esos deliciosos platos caseros de sabor inolvidable, sino que también cuidó de sus hijos y capitaneaba su casa con total diligencia. Su fallecimiento deja un enorme hueco en el corazón de todos aquellos que la conocían y amaban, de sus hijos y toda su familia. Pura era única y su pérdida ha supuesto un duro golpe para todos. Como homenaje, un último detalle marcó el día de su partida. Casa Antonio no cerró en todo el día. Eso es lo que ella habría querido, pues su negocio debe permanecer abierto para seguir haciendo feliz a su gente. Nadie olvidará nunca su calidez y cercanía. Nadie olvidará nunca un corazón como el suyo.