El dilema. Las alternativas

    08 jul 2019 / 12:13 H.

    La quiebra de la corriente positiva que parecía llevar en volandas al Real Jaén hasta el ascenso ha sido mucho más fuerte y dura de lo que en un primer momento hubiéramos podido creer. No solo por la fractura, de lo que parecía una especie de cielo anticipado, que ha horadado el corazón y hecho mixtos los sentimientos sino también porque el desarrollo final está incidiendo, y mucho, en el camino que hay que tomar a partir de ahora para reponerse y afrontar de nuevo este reto.

    En cuanto a lo pasado, se está produciendo una natural revisión de lo ocurrido, más o menos explicitada, y, sobre todo, se están levantando las alfombras, como se dice en argot político, para conocer y airear lo que estaba escondido dentro de la ola triunfadora que impidió ver los desajustes que se iban produciendo mientras avanzaba la competición. Asuntos de la gravedad, por ejemplo, como el de la expulsión de dos jugadores, principales por otra parte, que se saldó con una gestión burocrática sin que nadie arañase para conocer qué había en el fondo y en qué contexto se había producido todo ello. El tratamiento que se le dio a este incidente fue aparentemente superficial como si de pronto una mañana dos jugadores se hubieran levantado como movidos por un resorte caprichoso y hubieran dicho; ale, a echar al entrenador. Esa simpleza de la manera en que se trató un asunto de tantísima relevancia que obviamente había removido todo el sistema ha sido el modelo de comportamiento de una entidad compleja y que aspiraba a estar mucho más arriba de lo que estaba. Los asuntos derivados en relación con la plantilla y lo que se llama el vestuario han sido otro argumento que apenas se ha tratado en profundidad como si hubiese miedo de romper o quebrar algo mágico, de manchar algo sagrado más secreto que el cónclave para elegir papa. Sin necesidad de agarrarse a actitudes huidizas (de esto no se habla, esto es un contenido delicado...) no se ha puesto sobre la mesa, con la seriedad y la importancia que tenía, el hecho de la procedencia de los jugadores, de que el propio entrenador ni siquiera viviera en Jaén, y nada hubiera pasado si se hubiese hablado con naturalidad, con rigor y con afecto de esta circunstancia. Tampoco se ha analizado la estrategia socio-deportiva de que no hubiese, como se ha dicho tantas ocasiones, titulares y suplentes, que un jugador podía hacer un espléndido partido por estar en plena forma y al domingo siguiente estar sentado con nosotros en la grada: el juego de veintidós titulares se ha aceptado como si tal, como un dogma incontestable, hasta con cierta simpatía y nunca se han puesto sobre la mesa la conveniencia o los beneficios de ese sistema, valgan los automatismos, tan reivindicados en el fútbol. Y, al final, qué ha pasado: que, al parecer, más de un jugador ha acabado confesando no sentirse parte integrante del proyecto.

    Y la derrota o el comportamiento deportivo ante los grandes del grupo, de lo que ya se hablado, otro ejemplo de la superficialidad que con que se ha movido todo el engranaje. Nos hemos acostumbrado, quizá en demasía, a himnos, frases amorosas, proclamas afectivas de vida y muerte y nos ha faltado aplicar algo de racionalidad a lo que se iba haciendo, o no haciendo, creyendo que íbamos no a un campeonato de fútbol sino a una competición de amores y de lealtades. Sin banderas no se avanza pero las banderas no meten goles.

    Así, de esta manera, como un tren que camina prácticamente solo, nos hemos mal preparado para los tiempos últimos y principales, los que de verdad sirven para el triunfo final, y han faltado debates que eran imprescindibles en una sociedad abierta, madura y responsable. Un club de fútbol, que tiene una categoría social y representativa, necesita algunos ingredientes de solemnidad y empaque teórico que debe superar la anécdota y el todo sí. Discrepar no solo es sano sino imprescindible para que las cosas vayan bien. La dialéctica rigurosa es el alma de las sociedades. Y ahora viene el futuro. Y con ello el gran dilema, la gran pregunta que debe tener sobre la mesa en este momento el equipo directivo. Y a cuya respuesta puede que se deba la aparente inacción que desde fuera parece advertirse.

    ¿Qué hacer?, ¿cómo gestionar el futuro’, ¿desde qué supuestos? La alternativa clave: ¿volvemos a una política expansiva, como la del año pasado, o, por el contrario, nos quedamos en una de resistencia? Ahí está la clave. “Hay que rebajar algo el presupuesto”, que ha dicho el presidente, es una frase que encierra mucha más hondura y significación de lo que pudiera parecer a simple vista. Es obvio un deseo de gastar menos y también la opinión de que quizá el año pasado se gastó algo de más (por cierto poco o nada se ha sabido de dónde salió la financiación y ni siquiera la suma total presupuestaria, aunque ahora ha corrido la voz de una determinada cantidad, y hay que reconocer agradablemente que por lo general los profesionales afirman siempre que están bien pagados y a punto. Y eso a nosotros nos llena de satisfacción).

    Pero esta frase, la de rebajar algo... Tiene sobre todo y especialmente una lectura, consciente o inconscientemente, de alta significación y un contenido de mucha profundidad. Esta frase encierra la gran duda que en este momento, algo convulso, debe tener constreñida a la dirección del club y derivadamente la gran decisión que tiene que tomar... La historia puede resumirse de este modo. Habían (habíamos) creído el año pasado, según se iba acercando el final, que, con alguna dificultad por supuesto, todo iba a ser coser y cantar y que de manera casi natural íbamos a ascender. Aunque algunos, pocos titubeos teníamos los directivos y los aficionados. Sin pavonearse, demasiadas miradas cómplices nos pasábamos unos a otros, siempre con un punto de cierta seguridad. Así las cosas y con este clima de fondo, se trataba por tanto en pura lógica de hacer todos los esfuerzos necesarios en el convencimiento casi cierto de que iban a resultar provechosos. Por ello esfuerzos complementarios los que hicieran falta. Pero después del fracaso, teniéndolo todo de cara y a favor, han (hemos) “descubierto” que la cosa no es tan sencilla y que los años en Tercera División pueden ser aún algunos, que no es tan asequible eso de subir (aunque quien sabe si tal vez el próximo año se consiguiera... ¡Ojalá!). La lección aprendida de este año es que nada hay automático y que cualquier pequeño despiste o mala suerte te deja fuera de juego. Que para afrontar los momentos decisivos hacen falta algunas virtudes de alta relevancia. Por tanto tal vez tengamos que ir echando paciencia. Y en esa hipótesis no cabe una economía de ataque sino mejor una de resistencia, más aplomada, más serena. ¿Tiramos otra vez la casa por la ventana en una política expansiva a ver si ahora acertamos o, tras la experiencia tenida, es mejor una economía política de resistencia por si los proyectos se alargan y tenemos que estar un tiempo no tan corto en estas latitudes futbolísticas? Esta es la gran disyuntiva, la duda metafísica con que psicológicamente, parece, se encuentra la directiva, más allá de las frases tópicas del momento. Desde fuera da la sensación de que en los niveles más profundos el Real Jaén se lo están pensando. En el fondo es que, cuanto más lo piensan o lo pensamos, no acaban de asimilar el fracaso. Ni ellos, ni nosotros. ¡¡¡Nos ha cogido todo tan inesperado!!! Este equipo directivo, que no solo salvó al Real Jaén, sino que ha trabajado bien y con sentido merece el reconocimiento popular, de todos. Y ahora parece tener un carbón en las manos que amenaza con quemarlo. Esperemos que todo sea para mejor, aunque algunos estén apuntando ya las dificultades para el año próximo.