Justicia poética con la música de Apache

En activo desde 1976, han sido capaces de resistir el bravo empuje del tiempo

19 dic 2020 / 10:03 H.
Ver comentarios

La historia que voy a contar derrumba un imposible, como antes lo hicieron Neil Armstrong poniendo un pie en la luna o Juan Señor endosándole el duodécimo gol a Malta en el partido clasificatorio para la Eurocopa de 1984. Rebosa justicia poética; qué sé yo, algo semejante a los minutos finales de Daniel Day-Lewis en “El último mohicano” o a los de Hilary Swank en “Millón Dólar Baby”. Y la protagoniza una pareja a la altura de Anita Ekberg y Marcelo Mastroianni en “La dolce vita” de Fellini. Pero vayamos por partes.

No existe ningún otro lugar en España que encierre más silencio y soledad que los Campos de Hernán Pelea. Ninguno. Sin temor a equivocarme, puedo aseverar que, en comparación, Las Hurdes o las montañas palentinas se erigen en un Puerto Banús cualquier 15 de agosto. La Siberia o la Laponia del Sur, como distintos medios de comunicación los han denominado por las temperaturas mínimas que imperan en el territorio, con fuertes heladas incluso en los meses de julio y agosto, conforman una altiplanicie kárstica con una altitud media que oscila entre los 1.600 y 1.700 metros sobre el nivel del mar. Se encuentran enclavados bajo uno de los cielos más esplendorosos y limpios del planeta, dentro del término municipal de Santiago-Pontones, en la bendita Sierra de Segura. Y en sus más de 5.000 hectáreas, la presencia humana se resume a algunas tinadas para el ganado, refugios para el uso de los pastores y el disfrute de los senderistas, y un puñado de cortijos deshabitados. No hay electricidad, ni cobertura, ni asfalto. Inmensos pinos laricios, sabinas, piornos, infinidad de aves y algunos terrenos en los que aún se cultiva cereal y unos garbanzos sin parangón. Eso es todo, cuando no entendemos que, en ocasiones, la ausencia y la autenticidad se bastan para construir un espacio único en el mundo: Todo.

Y ahora se nos presenta una oportunidad indescriptible con Luismi Peláez, Antonio Molinero, Juan Carlos González, Diego Contreras, Isaac Aguilera y Pedro Bría: Apache, la historia viva del rock and roll de nuestra provincia y región. En activo desde 1976, han sido capaces de resistir el bravo e incansable empuje del tiempo y a los naturales cambios de formación que su paso ha traído. Para muestra, su primer trabajo discográfico, grabado en 1979 con la compañía CBS y del que se vendieron más de 70.000 copias en España y Latinoamérica: lo titularon “Sobrevivir”. ¿Acaso no compone toda una declaración de intenciones y, también, toda una premonición? En los años 80, la calidad y solvencia de sus espectáculos los condujeron más allá de nuestras fronteras, abriéndose hueco en los países escandinavos. Más tarde, llegarían sus recitales semanales en salas tan emblemáticas como Mae West, Mandala, Vannety o la barcelonesa Luz de Gas, en la que dejaron constancia, en diciembre de 2010, de su energía y actitud con la grabación en directo de un CD y DVD. Conciertos sinfónicos, ocho minutos de oro en el programa televisivo de Andreu Buenafuente, Premio de las Artes Escénicas de Canal Sur, nominación a los Premios de la Música que concede el gobierno de la Generalitat de Catalunya: Apache.

Y al fin el binomio, la perfecta pareja de baile, el abracadabra pata de cabra. Por favor, ¿a quién se le ha ocurrido locura tan hermosa? ¿Y por qué ha tardado tanto? La última semana de agosto, mientras el resto del país mordía el polvo y la pena que está generando la maldita covid-19, Los Campos de Hernán Pelea, tan acostumbrados a la soledad y al silencio antes mencionados, se inundaron al pronto de música, en silencio, sin altavoces, pero de música pura, del mejor pop rock de todos los tiempos. Atardecía en Cueva Paría, entre Juan Perrera, Majada de las Calles, El Toril, La Secreta, Los Torcales... cuando comenzaron a escaparse los primeros acordes de “Kashmir”, de los Led Zeppelin, instaurando una emoción que todavía perdura y que, para nuestra suerte, ha quedado registrada en un DVD que, cuando menos, envejecerá tanto y tan bien como el pino Galapán. Apache —a pesar de la ausencia de público por el severo respeto que merece el lugar— lo dieron todo y, probablemente, engullidos por la magia del entorno, un poquito más seguro que también. Esos pelos como escarpias —que dicen—, y las lágrimas como puños.

El 30 de enero de 1969, para sorpresa de vecinos y viandantes, los Beatles se encaramaron a la azotea de un edificio del centro de Londres para ofrecer el que, a la postre, sería su último concierto. Lo extraordinario del lugar elegido y la nula información que existía al respecto (hubo vecinos londinenses que incluso telefonearon a la Policía, denunciando el escándalo), han convertido esos escasos 42 minutos en uno de los recitales más míticos de nuestra historia. A diferencia de aquel, estamos seguros de que esta no será la última función de nuestros queridos amigos de Apache, ni la penúltima ni antepenúltima ni “tetraantepenúltima”. Pero también estamos seguros de que nunca lo harán tan cerca del cielo. Gracias por tanto.

Cultura