El legado artístico de un maestro convertido en pintor de culto

Martín Berrio deja su impronta en la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora

20 ago 2019 / 11:18 H.

Era de esperar. Y no solo que estuviese inmerso en su nueva creación, cuando servidora llamó a su puerta, también que lograría consagrarse como ineludible garante del arte de la pintura. Sin tener un ápice de conciencia sobre lo que podría conseguir, un pintor en ciernes, que comenzó con un dibujo de Isabel la Católica en una cuartilla, germinó en un artista en mayúsculas que deja su impronta en la parroquia de su pueblo natal. Huella que podría dárselas de dactilar. Quien bien lo conoce, intuye la autoría de las dos joyas que perdurarán durante la eternidad en la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, en Villargordo. Una de ellas emula una corte celestial que brinda eterna custodia al Santísimo. Algo más arriba, tras la Asunción que preside el retablo, un mural se alza para elevar al alma hacia un cielo al alcance de todas las miradas. Maestro, ya jubilado, por amor a la docencia y pintor “en cuatro ratos". Así se presenta Martín Berrio, quien lava sus manos para desprenderse del aguarrás que bien parece considerarlo agua bendita.

“Todo comenzó a principios de los 50, cuando mi vecino dibujó a los Reyes Católicos. Dio la casualidad que en un libro que tenía en casa había una imagen igual a la que hizo y me dio por dibujar a la reina Isabel", recuerda Berrio. Para su sorpresa, su precaria “obra" no resultó tan mal: “Anda, si es como el dibujo de Paquito, me dije”. Y no paró. Berrio hace mención de los dibujos que ilustraban su vieja cuartilla de primeras letras, aquellos que le valió como primeros modelos. Siempre recordará aquel primer cuadro en óleo, precisamente en su primer destino como maestro, allá por el año 66, y que le confirió un buen aliciente para continuar proyectando un don que aún tenía mucho por dar de sí.

Abandona por unos cortos instantes el salón con una sonrisa que hubiera podido iluminar la oscuridad más profunda. No tuvo que ir muy lejos para dar con La Marinera: “La tengo como mi primer obra. Fue con ella cuando consideré que el resultado fue perfecto". A partir de ahí, llovieron un sinfín de pinturas que fueron tornándose en creaciones originales. Así, Berrio llegó a exponer hasta en once ocasiones en la capital de la provincia jiennense. También Torre del Mar acogió sus obras, así como el patio barroco de la Diputación de Córdoba. En estas muestras, Berrio vendió algunas, aunque también cuenta divertido cómo una de ellas le sirvió de moneda de cambio para hacerse con un frigorífico. Con todo ello, no hay que dejar de lado su máxima dedicación a la enseñanza, la cual parece no querer perderle la pista. Tan solo tres meses después de su jubilación, en junio de 2004, recibió la proposición de impartir los talleres de pintura en Mengíbar. “Lo que pareció que iba a ser para un curso, acabó siendo para quince”, añade Berrio, con un conmovedor brillo en los ojos que mantuvo durante todo el encuentro.

Dos pinturas con un sentimiento muy especial
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Ambas obras de reciente incorporación al patrimonio de la iglesia villargordeña desprenden un sentimiento inefable. “Soy fanático de Murillo para la pintura religiosa”, reconoce Berrio, por lo que ya queda revelada su fuente de inspiración. En caso del mural a la Virgen de la Asunción, tuvo que modificar la proporción de distancia de los ángeles con respecto su imagen, situada justamente delante: “Está hecho en madera y tiene dos piezas, el cuadro original tiene una Inmaculada pero no la pinté sabiendo que se iba a tapar”. Añade su idea de perfeccionarlo en septiembre. En el caso del cuadro del Sagrario, fue la Inmaculada de Murillo, conocida como la “de Soult”, su modelo a seguir: “En realidad, he metido las figuras que más me gustaron y cambié completamente el formato”. Unos cambios que bien merecen la pena.