Difícil será vivir con nosotros
mismos si jamás nos enajenamos,
si entre los muy trémulos potros
del corazón no alzamos
una tralla dura, como un martillo
de amor, para firmemente clavar
el cincel dentro: ¡Qué sencillo
no pedir, y entregar
la vida con gozo!
Bajo del condestable cielo, ciegos del reverbero
de su gloria, mientras se esconde
el orgullo, que artero
a su esplendor se humilla, álzase poco
a poco el prodigio: con qué paciencia,
hombro contra tu hombro, coloco
la exacta consistencia
de una piedra sobre otra piedra; trabo
lo que viví, lo que vivieran, cuanto
vivimos todos: cuando acabo,
qué vicioso el acanto
remata la columna, con qué suave
brinco toral el arco se apresura
a su cenit de lirio y, clave
de resplandor, apura
brindis, fulgor y júbilo sereno:
¡Oh conseguido Amor, dios si palabra
que se nos ahonda en el seno
cual cincel, y nos labra
únicos, encendidos!
Al regazo
crujiente de la plaza, al redor
de la fuente, trabados brazo
a brazo, ebrio clamor
se eleva entre nosotros: ¡Qué graciosa
la piedra conjuntada y el remate
de la torre, como una rosa
cálida, contra el mate
del olivar!
La orla ensangrentada
de la capa del cielo, en la montiña
se pliega y cae derramada
por toda la campiña (...).
(Fragmento de “Piedra viva”, de “Amanecer en Úbeda).