14 abr 2016 / 13:00 H.

    Difícil será vivir con nosotros

    mismos si jamás nos enajenamos,

    si entre los muy trémulos potros

    del corazón no alzamos

    una tralla dura, como un martillo

    de amor, para firmemente clavar

    el cincel dentro: ¡Qué sencillo

    no pedir, y entregar

    la vida con gozo!

    Bajo del condestable cielo, ciegos del reverbero

    de su gloria, mientras se esconde

    el orgullo, que artero

    a su esplendor se humilla, álzase poco

    a poco el prodigio: con qué paciencia,

    hombro contra tu hombro, coloco

    la exacta consistencia

    de una piedra sobre otra piedra; trabo

    lo que viví, lo que vivieran, cuanto

    vivimos todos: cuando acabo,

    qué vicioso el acanto

    remata la columna, con qué suave

    brinco toral el arco se apresura

    a su cenit de lirio y, clave

    de resplandor, apura

    brindis, fulgor y júbilo sereno:

    ¡Oh conseguido Amor, dios si palabra

    que se nos ahonda en el seno

    cual cincel, y nos labra

    únicos, encendidos!

    Al regazo

    crujiente de la plaza, al redor

    de la fuente, trabados brazo

    a brazo, ebrio clamor

    se eleva entre nosotros: ¡Qué graciosa

    la piedra conjuntada y el remate

    de la torre, como una rosa

    cálida, contra el mate

    del olivar!

    La orla ensangrentada

    de la capa del cielo, en la montiña

    se pliega y cae derramada

    por toda la campiña (...).

    (Fragmento de “Piedra viva”, de “Amanecer en Úbeda).