Hospitalidad al amparo del Castillo

Un pueblo que enamora con vecinos encantados con el devenir de su destino

20 mar 2016 / 10:20 H.

Te adentras en Chiclana y saboreas su esencia desde el primer momento. Ya se adivina algo especial cuando avistas semejante y portentosa villa desde El Condado o desde Segura. Montada a lomos de una peña, su vida es placentera y rebosa tranquilidad. Es más, aparentan sus calles empinadas y sinuosas como si no transcurriera el tiempo. Sí que lo hace, pero tan alejada del bullicio de la urbanidad del cemento, si hay algo que subrayar de Chiclana es su hospitalidad. La impronta del Castillo y sus casas arrancadas a la piedra te llegan a lo más profundo y uno se regodea con esa estampa, pero ese paisaje maravilloso no esconde a sus pobladores, chicos y grandes, mayores y niños. Entre los “muchos años” de Juan, campesino de manos curtidas con escarchas eternas, y las semanas que tiene Rocío, a quien pronto darán bautismo en la bella iglesia, va un mundo, el de una vida de trabajo sin jornada laboral ni vacaciones a otra por hacer. Junto a Rocío, a la que paciente pasea su madre en su carrito, sus primos Candela y Francisco José van de un lado a otro de la plaza y juguetean con el agua del pilar. A su aire, Jesús sube y baja la calle del Palacio de la Encomienda con una bicicleta diminuta de potentes frenos. Baja flechado, sube rápido y con brío pese a tener que cargar con la bici. Es Chiclana faro de cuatro provincias e impone contemplar desde esa atalaya única Sierra Nevada o La Mancha. Hay quienes dicen, con razón, que es un anfiteatro panorámico se mire por la esquina que se mire, al norte, al sur, al este o al oeste, todo es paisaje profundo, vista sin límite e, incluso un cántico a la inmensidad poética de una tierra con cantores eternos. Allí moró Jorge Manrique y sus versos bullían cabales y hasta allí llegaron las tropas de Napoleón para arrasarlo todo. No hay término medio, ni indiferencia, en uno de los pueblos más bonitos de la provincia, de aldeas olivareras (Campillo, Camporredondo, Los Mochuelos y Porrosa) y almas encantadas del devenir de su destino. La vida se consume de otra forma y está ligada a personas como Juan Antonio, que nieve, que pele o la chicharra aúlle de escándalo y bochorno se pasea a diario por sus intrincadas calles ofreciendo chuches a los niños, caprichos dulces a los mayores. Así un día, así el siguiente, así siempre, en paz y bien, eso sí, mejor con el estómago lleno de andrajos, gachamigas o ajoharina.