El Señor muerto de Unguetti recibe sepultura en las calles de la ciudad

Jesús dejó, por unas horas, su túmulo de San Ildefonso para enlutar Jaén y recibir sepultura en sus calles. La capital no faltó a la cita y acompañó a Cristo en su entierro. Lloró con la Virgen de la Soledad y, como las puertas de la basílica menor, cerró su Pasión a la espera de la noticia más importante de la historia.

19 abr 2014 / 22:00 H.


Jesucristo descansa, eternamente, en la basílica menor de San Ildefonso durante todo el año. Pero el Viernes Santo su túmulo es otro. Una ciudad entera que le sirve de sudario cuando pasa camino del mismo “cementerio” desde el que, poco después, revive también para siempre.
Su procesión fúnebre salió desde el templo medieval y pobló Jaén de negrura. No en vano, el traje estatutario de esta antiquísima  hermandad —fundada en 1556— refleja como ningún otro el duelo. De negro raso desde la punta del caperuz hasta los límites de la túnica, los nazarenos de La Soledad ensombrecieron la noche jiennense, la más oscura de su calendario cofrade.
Música de capilla sonó tras el catafalco de Jesús Yacente cuando el cortejo abandonó el calor de sus bóvedas y se entregó al de la ciudad, en una tarde espléndida que invitó a jiennenses y visitantes a asistir a las exequias de Dios por un itinerario que el antiguo barrio de labradores copó. Y es que el colectivo recuperó, este año, para su tristísima ruta el paso por la tan cofrade “v” que forman las calles Teodoro Calvache y Tablerón, antes de buscar la carrera oficial.
La Virgen de la Soledad, ese inalcanzable epílogo de lágrimas salido de la gubia de Bernal Redondo y Romero Zafra, contó con la compañía sonora de la banda Blanco Nájera, garantía de calidad y alivio de luto para un cortejo que asumió, hasta el más hermoso extremo, la melancolía. La Señora, a sus catorce años de adolescencia, hermoseó el Viernes Santo y lo sembró de pesadumbre. De una preciosa pesadumbre. Sola salió y sola regresó, por más que los suyos le demostraran lo contrario.