La poesía sale en la procesión

Taurina donde las haya, la Hermandad del Santo Rosario y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Señor de la Pasión Despojado de sus Vestiduras, María Santísima de la Amargura, Madre de la Iglesia, y San Juan Evangelista dependía de la autoridad para empezar el maravilloso paseíllo de su procesión.

31 mar 2015 / 10:01 H.

En El Salvador se dieron cita las altas instancias  del Cielo y de la Tierra: Dios mismo en el palco del altar; su vicario en la diócesis, monseñor Ramón del Hoyo, que la acompañó también en la calle; el alcalde, José Enrique Fernández de Moya, y los ediles de Servicios Sociales, Reyes Chamorro, y Tráfico y Seguridad Ciudadana, Juan Carlos Ruiz. Todos asintieron cuando, desde las alturas, los primeros golpes de llamador del paso de misterio sonaron a clarines con anhelo de ponerle calle a la belleza.  
 Poco antes, la rítmica poesía de Santa Teresa de Jesús sonaba como la mejor marcha posible para emprender el camino: “Vuestra soy, para vos nací...”. Eso mismo pronunció la cofradía, y la tarde respondió con dos portones de zaguán abiertos y una ciudad sedienta de procesión. Lo demás, ya se sabe. Un derroche de sensibilidad cofrade, de sabiduría pasionista que se derramó por la plaza y lo humedeció todo de hermosura. Inenarrable. O no. Solo con poesía es posible acercarse —y de lejos— a tanta plasticidad. A tanto arte.
El misterio sobrecogió como la escena de un doloroso drama sobre las tablas de un canasto  ya completo que se mecía como el escenario de un sueño. ¡Qué manera de irse, calle arriba, en busca del Paseo de la Estación! Por más que se le pregunte, nadie sabe si la música lo hacía andar así o era su paso el que animaba a escupir tanta belleza a los metales. Ni un segundo dejó indiferentes los ojos que se olvidaron de parpadear para no perdérselo.
Lo del palio todavía anda detrás de un adjetivo. ¡A ver qué nombre se le pone a lo que no le sirve la palabra! Delicadeza a raudales. Como si la envolviese la bandera de aquí, la Virgen de la Amargura, “de nazareno y oro”, partió desde su exacta quietud rompiendo en pedazos la entereza y “triunfó” en su plaza, la que lleva su título, sí, la que goza el privilegio de su majestad. Llevaba en su mano una rosa dorada de parte de sus camareras, esas de las que siente“envidia” Jaén entero.