Las calles se apagan para alumbrar al Señor Crucificado

Ni el racheo de los costaleros. Todo fue silencio —un hermoso silencio— porque la hermandad del Señor de la Humildad lo compartió sin reservas con la capital, que respondió en masa a la singularísima propuesta cofrade de este cortejo, penitencial por excelencia.

15 abr 2014 / 22:00 H.


No necesitó música alguna el precioso trono del Señor de la Humildad para emocionar. A falta de pasos largos, “cortitos” o de costero a costero al abrigo de las partituras, El Silencio pobló Jaén y lo impresionó hasta el límite. Y es que esta comitiva ha educado ya, a lo largo de los años, la mirada y el oído de la ciudad hasta adaptarlos a la mudez. Y eso es lo que tanto le celebran quienes la aguardan a pie de calle o en los balcones.
Cuantos tomaron parte en el cortejo hicieron voto de no hablar durante el itinerario. Y lo cumplieron. Meditación, reflexión y oración se hicieron presentes y acompañaron a los nazarenos en su particular camino interior.
Por si el sacrificio fuese poco, los hermanos de luz recordaron, a cada paso, su condición humana, su parentesco con las ataduras. Encadenados entre sí, abandonaron Cristo Rey para adentrarse, primero, en la remolona claridad de las últimas horas de la tarde y, luego, en la noche cerrada donde esta procesión brilla como ninguna otra. Para eso se le apagó por cada punto por el que adivinaba, próxima, su presencia.
Esa fue su salida, y esa fue su llegada. La sorpresa no cabe donde el rigor reina. Acaso, las ganas de mirar a lo lejos y ver, tras la envergadura malherida del Señor, la muy bella, delicada figura de la Virgen, esa Dolorosa que ya recibe culto en la parroquia pero que aún ignora cómo Jaén pronuncia, con el mejor de sus silencios, marianos requiebros.
Se encerró La Humildad sin ruido, más allá del crujir rococó del canasto sobre el que Dios redime. Se disolvió la comitiva, y la ciudad le agradeció ese largo contrapunto con el que la pobló hasta casi las doce de la medianoche. Los suyos se retiraron otra vez al mundo de la palabra, pero con la voz marcada por tantas horas de desuso. Penitencia, penitencia y penitencia. Así es la Cofradía del Silencio.