Una hermosa despedida y un apoteósico recibimiento

La Virgen de Cuadros deja el pueblo hasta el próximo septiembre y entra en su santuario en olor de multitud

30 oct 2017 / 10:31 H.

Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida”, escribió el gran Benedetti sin saber que a miles de kilómetros de su Uruguay natal, en un precioso escenario de la provincia jiennense —Bedmar—, sus versos, cada último domingo de octubre, se hacen realidad, como afirma la tradición que ocurre con el último sueño que se tiene justo antes de amanecer. Y es que no ha habido nunca un adiós tan hermoso ni alegre como el que la Virgen de Cuadros les dijo a los bedmarenses cuando, tras un mes entre sus muros, abandonó la antiquísima iglesia de la Asunción para regresar, en olor de multitud, a su camarín, a cuatro kilómetros del calor diario de los suyos, en ese santuario mariano que es un monumento espiritual en medio del poético paisaje donde se levanta.

A las ocho de la mañana el atrio del templo estaba tomado ya por anderos, músicos y devotos que tomaban posiciones para la procesión, en tanto dentro el sacerdote, canónigo de la Catedral de Jaén y capellán honorífico de la hermandad de la patrona del pueblo oficiaba la primera misa del día. “La Virgen se va al santuario, pero nos deja como referencia la frase que pronunció en las bodas de Caná, señalando a su hijo: ‘Haced lo que él os diga”, expresó el presbítero, hijo del municipio, en su emotiva homilía. Bajo su templete plateado, sobre un trono de rosas amarillas y nardos —los colores de su cofradía— que, por más perfume que exhalaban, no podían con el aroma a Cielo de la Señora, la Madre de Dios recibía el testimonio de fe de su gente. ¡Cuánta belleza la de esa imagen, que ataviada con ropajes verdes derrochaba esperanza! Y San José, su esposo, que, caballerosamente, le abrió camino y la acompañó en su itinerario hasta las afueras.

Terminada la misa, la recibió el clamor emotivo del pueblo de Bedmar: “¿Qué se le dice a la Virgen?, ¡guapa, guapa, guapa!”. “Nuestro Padre Jesús”, del maestro Cebrián, puso cadencia de paso de Pasión a su hermosura —la Asociación Amigos de la Música “Jerónimo Caballero” toca a rabiar de bien— y enfiló, cuestas abajo, el laberinto fácil de los barrios viejos. Pendón, hachones, cohetes... Nada faltaba en el cortejo, ni la petalada, que acarició su palio rígido en la avenida dedicada a la patrona. De cómo discurría todo de bien daba cuenta el rostro del hermano mayor, Juan José Romero, y entre vítores embocó la comitiva el sendero hacia Cuadros, cuyos primeros metros copaba el gentío. Allí, en el Peñón de San José, tuvo lugar el dulce adiós entre el casto patriarca y su inmaculada esposa; imposible ponerle nombre al río de lágrimas que se desbordó cuando ambos se reverenciaron. Inenarrable. Único.

¡Qué día más bueno eligió la Virgen para cambiar la amplitud de su iglesia por la recogida belleza de su ermita! Calor, sí, pero no tanta como para disuadir a los romeros bedmarenses de su anhelo de ir con ella, a su lado. Más cantos, vivas... Fotografías de cartel de Gloria dejó el recorrido hasta la cuesta que sube al santuario, donde se apiló, literalmente, una devota masa que volvió a cantarle, le presentó a sus pequeños, quemó tracas y, para que el arco no le rozase ni una brizna de plata, secundó a los anderos a la hora de salvarlo. ¡Cómo entró! ¡Así reconquista una reina sus sagrados dominios! Juan Guerrero predicó, hubo peticiones por la lluvia, el coro Adelfal pobló el templo de sones rocieros y eso fue al final la bienvenida, un singularísimo “salto de la reja” que hizo flotar a la Santísima Virgen de Cuadros sobre el corazón unánime de los centenares de hijos de Bedmar que se despidieron de ella con la más alegre de las tristezas.