Ofrenda de cohetes al patrón

San Blas recorre su pueblo en una procesión protagonizada por la pólvora

04 feb 2018 / 11:28 H.

Hay procesiones tranquilas, tan piadosas que solo la oración o la música que marca el paso a quienes portan las imágenes rompe su serenidad. En La Puerta de Segura, es otra cosa: la devoción de los porteños trasciende el ámbito de la interioridad y, en la comitiva del patrón, “explota”, nunca mejor dicho. Desde que sale del templo dedicado a San Mateo, el protector de las enfermedades de la garganta, en vez de curarlas, las deja roncas de tanto grito de amor como los hijos del pueblo lanzan al paso del mártir armenio. Vistosidad e interacción son algunas de las cualidades de un desfile procesional que no deja indiferente a nadie.

“Ha llegado la mañana”, como cantaban Lole y Manuel. La Banda Municipal de Música Los Pizarrines protagoniza una diana floreada que despierta hasta al más exhausto. —las jornadas previas han dado para mucho—. Es fiesta local en el pueblo, y hay que aprovecharlo de la mejor manera: en torno a San Blas, que espera en el templo a sus fieles. ¡Cuánta emoción se acumula a sus pies, colocado ya sobre unas andas que se saben de memoria las calles puerteñas! Ya están benditas las tradicionales roscas, de manos de Juan Mena, párroco de La Puerta, lo mismo que el pan y el vino eucarísticos, y no hay labio en la iglesia que renuncie al privilegio de besar la reliquia del obispo del siglo IV.

Ahora toca salir, resucitar lágrimas, provocar el delirio. ¡Y cómo deja su casa San Blas! Suena la “Marcha Real”, sí, pero la partitura que más escucha en ese instante la firma el fuego de una traca sobrecogedora que no es sino la ofrenda de los suyos, la primera de un largo repertorio pirotécnico. “¡Viva San Blas, viva nuestro patrón!”. Cada diez metros, cohetes y pólvora pronuncian su estruendoso pregón, que en los oídos de los puerteños —los que viven todo el año bajo el cielo de su patria chica y los que tuvieron que emigrar y, hoy, regresan ávidos de refrescar recuerdos— suena a gloria.

Un bello estandarte abre el cortejo, que cuenta con el sello de la garantía musical de Los Pizarrines, cuyos maestros ejecutan con el mismo virtuosismo marchas de Pasión y piezas festeras. El alcalde, concejales, la Guardia Civil, el clero... Nadie falta a la cita con el vecino más amado de La Puerta de Segura, cuyas llaves invisibles porta en sus manos sagradas mientras recorre las calles de este hermoso municipio.

Huele a río y a flores, que es el aroma del amor. La procesión encara su recta final, tan sorprendente como el resto del trayecto. El trabajo de los organizadores da el mejor fruto, y cada una de las miles de fotografías que pueblan ya los teléfonos móviles tiene una historia que contar con el telón de fondo inenarrable de una comitiva.

Llega San Blas a San Mateo y el pueblo salta y canta, destila alegría y, lejos de rozar la irreverencia, exalta la grandeza de su patrón con ese gracejo popular que conjura el menor atisbo de falta de respeto: “San Blas, San Blas, San Blas es cojonudo, como San Blas no hay ninguno”. Son las dos menos veinte de la tarde y la fachada de la parroquia es el espejo en el que se refleja el sentimiento más arraigado de los vecinos, a quienes acompañan hoy gentes de toda la comarca. ¡Cuánta alegría y, también, qué tristeza más grande tener que encerrarlo! Para aliviar el mal rato por vía oral, mantecados y mistela. La noche guarda un fin de fiesta digno de las celebraciones del protector de los puerteños, en el Barco, “caseta municipal” a ras de agua que convierte en mucho más especial cada acontecimiento entre su proa y su popa, un babor y estribor inmóviles como el agua quieta. Todo acaba como empezó, con pólvora y fuego, cohetes y ruido. Así le gusta a este pueblo decir adiós a su patrón hasta el año que viene.