Grito convencido de inocencia

Siempre, desde niña, he sido una persona noble y confiada”. Lo dice María Dolores Martínez Medina, Loli, de 49 años, casada, madre de dos hijos menores de edad y en paro. Una vecina más de Mengíbar, si no fuera porque tiene cada dos por tres lágrimas en sus ojos. Sus ojos rojos y dolidos. Y porque a sus espaldas carga con una condena de cárcel que, si nada lo remedia, empezará a hacerse efectiva en breve. Está a la espera de saber la fecha de entrada a un lugar del que hasta ahora solo conocía de verlo por la carretera que une Mengíbar con Jaén. Y todo, por unas casas de madera que no existieron y cuyas espinas están clavadas en su corazón. Y todo, por un hermano.

29 ago 2014 / 15:47 H.


Tiene pánico a la cárcel. Ya no solo a la simple palabra, que también, sino a lo que supone residir en ella. A dejar rota su familia, a alejarse de sus hijos, de su marido y de su pueblo. Por eso, no tiene suficientes fuerzas para releer una sentencia del Juzgado de Instrucción Número 2 de Jaén, que la condena a tres años y siete meses, lo mismo que a otro hermano suyo. El fallo entiende que ambos participaron de un delito de estafa continuada, encabezada por un tercer hermano, A. J. Martínez, responsable “a la sombra” de una empresa que decía dedicarse a vender casas de madera. Veintiún clientes denunciaron a la firma por defraudar casi 300.000 euros, el dinero de las viviendas que nunca se construyeron.

Loli Martínez no se esconde y defiende su inocencia: “Mi hermano (A. J.) cogió el dinero y huyó de Mengíbar, mientras mi otro hermano se quedó aquí, dando la cara y pasándolo mal. Él es otra víctima, como yo, por culpa de confiar en nuestra propia sangre”, explica, al tiempo que recalca que ella ni siquiera formaba parte del negocio. ¿Cómo se vio implicada? “Él (A. J.) empezó a ingresar dinero que recibía de sus clientes en la cuenta de mi hijo sin que yo lo supiera”. De hecho, A. J. no podía tener cuenta por culpa de los impagos tras la caída de Gómez Valderrama, la constructora que dejó enganchadas a decenas de familias mengibareñas. Así que Loli, “de buena fe”, dejó que ingresase “temporalmente”. Ella afirma que en el propio banco le dijeron que no había problemas, y hasta en la propia entidad mengibareña facilitaron reintegros a su hermano que luego Loli firmaba a posteriori, según sus palabras. “Yo nunca vi un euro, nunca pasó por mí nada. Solo firmé los papeles del dinero que sacaba mi hermano antes, sin que yo fuese con él al banco”, argumenta.
El caso es que, pasado un tiempo, la llamaron como imputada y, más tarde, se vio en algo inédito para ella, un juicio. En él, Loli afirma que se presentaron “reintegros con firmas falsificadas”. “Me preguntaron por algunos recibos que decían que estaban firmados por mí, pero les expliqué, una y otra vez, que esa no era mi firma, que era mentira. Como también era mentira lo que dijeron de que yo estaba en la empresa. Algunos me identificaron sin ni siquiera haberme visto en la vida, lo soltaron cuando ya no testificaban”, asevera. El Tribunal Supremo ha desestimado la revisión de su juicio y está a la espera de entrar en la cárcel. “Yo solo quiero que me escuchen, que revisen mi caso, porque yo no hice nada. Soy inocente y si entro en la cárcel mi familia se hunde”, afirma. Su dolor por confiar en un hermano no acaba con el temor a entrar entre rejas, sino en sufrir que el principal condenado por el delito de estafa y que huyó con 300.000 euros haya regresado a Mengíbar y conviva en casa de sus padres. Él no ha declarado siquiera a favor de su hermana, reconoce Loli.