Atrapado en un segundo sin ascensor

Tiene quince años y todo un futuro por delante. Su trayectoria personal y profesional llegará tan lejos como sus ganas de luchar y su afán de superación le lleven. Pero, de momento, ni tan siquiera puede salir a la calle. Un gesto que millones de personas en el mundo realizan diariamente sin pensar, de forma mecánica, es la gran meta de este adolescente de Arjonilla, que vive atrapado en su propia casa. Pasa los días encerrado en su segundo piso sin ascensor, un impedimento que sus padres quieren, a toda costa, que no se convierta en su condena.

30 jun 2014 / 22:00 H.


Antonia Torres no puede disimular las ojeras del cansancio y las canas de la preocupación. No trabaja por cuenta ajena ni tiene un negocio, sin embargo su jornada es maratoniana, pero no importa. Está día y noche con su hijo, Miguel Ángel López, que se resigna a estar tumbado en el sofá, excepto el poco tiempo que coge sus pequeñas muletas y hace algo de ejercicio. Nació con acondroplasia, una alteración ósea de origen cromosómico por la que los huesos largos están acortados simétricamente. Desde que era pequeño, su vida discurre paralela a la de los quirófanos. Lo operaron dos veces de esta alteración, pero ha pasado otras tantas por quirófano por otros tantos problemas de salud.El año pasado, desde Córdoba, le comunicaron que iba a ser necesario intervenirlo por tercera vez para proceder a un alargamiento de huesos. El pasado 15 de mayo lo operaron y, desde entonces, vive atrapado en casa.


Con su padre, Miguel López, y su hermano de 13 años, Antonio David, vive en un segundo sin ascensor que desde hace más de un año está puesto a la venta. “Ojalá lo pudiera vender, comprar una casa en planta baja y no tener que pedir ayuda a nadie, pero no es tan fácil”, confiesa, ya desesperada, Antonia. Ha llamado a las puertas del Ayuntamiento —organismo que le ayudo a adaptar la ducha para el menor— y de la Junta de Andalucía para poder encontrar una solución. “Me dijeron que me iban a ayudar, que me pondrían un elevador, que cuesta 9.000 euros. Pero, ahora, me dicen que ya no hay subvenciones y que no me pueden ayudar porque tengo un piso en propiedad”, lamenta la madre, que ya no sabe a dónde más acudir.


El problema está en que, después de la operación, Miguel Ángel tiene las “extensiones”, muy delicadas porque se pueden infectar las heridas, y solo puede bajar los dos pisos de su casa en silla de ruedas o en brazos de su padre. Sin embargo, él coge todos los trabajos en el campo que le salen, ya que no puede permitirse estar sin trabajar, y los sábados es el único día que puede sacarlo. “A veces le pido a algún vecino que pase por la calle que me ayude, pero no puede ser así. Tiene quince años y quiere salir a la calle, como cualquier niño de su edad. Además, lo necesita para su rehabilitación”, lamenta.


Miguel Ángel escucha, desde el sofá, las súplicas de su madre y asiente con la cabeza. Es un niño fuerte y alegre, pero no puede evitar venirse abajo de vez en cuando. “Esto va para largo. Me han dicho que dos años”, confiesa el menor. Y es que tienen que alargarle las piernas 10 centímetros, a razón de uno cada 30 o 40 días. Después, deberá operarse de los brazos. Y mientras tanto, no podrá salir de casa hasta que la venda o consiga el anhelado elevador.