La "fábrica" del saber de Baeza que abrió en 1538

La biblioteca del instituto Santísima Trinidad de Baeza —en una pequeña sala que está cerrada “con siete mil llaves”— alberga “libros de química que son anteriores a la Química”. Volúmenes de 1802, un año previo al momento histórico en el que Amadeo Avogadro sentó las bases modernas de esta ciencia. Los muestra Francisco Gálvez, secretario del centro. Por ocupar este puesto, como manda una tradición no escrita, se encarga gustoso de la biblioteca y el archivo, muy apreciado por los estudiosos.

27 may 2014 / 22:00 H.


Hay otros “tesoros”, como una edición de El Quijote, con grabados de Doré; misales, en latín, del XVI; u obras del biólogo Charles Darwing que llegaron a la ciudad Patrimonio de la Humanidad recién salidos de imprenta. ¿Quién abasteció tan bien estos anaqueles? La historia. En los fondos de este instituto —uno de los tres que existen en la ciudad, pero el primero de todos los que hubo en la provincia, junto con el de la capital— se aprende “entre piedras y gracias a las piedras”. La clase de Dibujo y las de los cursos de los preuniversitarios están en la parte más antigua del “Santísima Trinidad”, un ala del edificio que fue construida para albergar la Universidad de Baeza, una institución fundada en 1538. El actual director, Rogelio Chicharro Chamorro, explica, con orgullo y razón, que, desde entonces, este monumento es lugar de enseñanza. El hecho de que, en el siglo XVI, los baezanos tuvieran una institución que solo existía en apenas una decena de ciudades españolas, se debe, recuerda, a un paisano, llamado Rodrigo López, notario y familiar de Pablo III, que era Papa.


El secretario, bibliotecario y archivero recuerda que, en sus orígenes, fue escenario de una “lucha” entre el Obispado de Jaén, los patronos y los profesores. Entre los encargados de educar a los primeros alumnos, precisa, estaba San Juan de Ávila. A él se le debe el prestigio que, a partir de 1542, tomó la institución, como centro de saber. “Lo que no da la Naturaleza, ni Salamanca, ni Baeza”, se decía. Los baezanos de hoy lo recuerdan para presumir.


La huella del “primer rector” está muy presente en lo que, actualmente, es el “Santísima Trinidad”. Antiguos alumnos, ya treintañeros, recuerdan que, en el patio donde se descubrió una placa en su honor el año pasado —una maravilla renacentista de doble arcada— se practicaba ejercicio en las clases de Educación Física. Si llovía, algo habitual en la fría y nebulosa Baeza, los saltos o las volteretas se trasladaban a la Capilla de San Juan Evangelista, donde se daba misa. Estas dependencias, en 2008, las visitó la Reina Doña Sofía, al ser una de las sedes de la magna exposición Tierras del Olivo.
La construcción de un pabellón anejo acabó con este “uso indebido” del oratorio. Actualmente, hay más turistas que alumnos en el piso inferior de esta parte del inmueble. El director, de hecho, tiene en su mente acometer reformas para hacer esta zona “más visitable”. El buen viajero, también tiene que tener la curiosidad de preguntar por Los Alumbrados, por ejemplo, al veterano conserje “Fali”. Fueron una secta, un grupo perseguido por la Inquisición, con muchos alumnos de la Universidad de Baeza entre ellos. El propio santo, que el año pasado fue nombrado Doctor de la Iglesia y es patrón de los sacerdotes, en su momento, tuvo que ver las caras con los puristas de la fe, que lo acusaron de hereje.


No es el único “ilustre” de la antigua sede universitaria y actual instituto. Rafael Rodríguez-Moñino Soriano, fallecido en 2005, que fue un brillante cónsul y catedrático de Geografía e Historia, es uno de los más recientes; antes de él, el catedrático Jaume Vicens i Vives, “maestro de historiadores” y, el más “mediático” Antonio Machado. El paso por el aula donde impartió Francés es recorrido obligado. Si se profundiza un poco en su trayectoria, como aclara el director del “Santísima Trinidad”, hay que sumar a estas piedras universitarias y a las del resto de la ciudad la influencia clave en la obra del poeta, con versos como: “Heme aquí ya, profesor de lenguas vivas (ayer maestro de gay-saber, aprendiz de ruiseñor) en un pueblo húmedo y frío, destartalado y sombrío, entre andaluz y manchego”, escrito en la Baeza del año 1913. Quizás por eso, los alumnos de este instituto ansían que les cayera Machado en la selectividad; van sobrados. No le dio clase este rapsoda tristón, pero alumno de la institución baezana también fue el juez torreño Baltasar Garzón, muchos vecinos de su misma edad se acuerdan de él.  Más de ochocientos alumnos, de Baeza y la comarca, y 60 profesores dieron vida ayer a una escuela de piedra que se fundó hace cinco siglos y está muy viva.

Reportaje gráfico: Agustín Muñoz

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