El estercolero de la vergüenza

El final de la campaña de la aceituna deja al descubierto la acumulación de residuos del foco de inmigrantes

24 mar 2017 / 11:56 H.

Un estercolero”. Con estas dos palabras califican los alcalaínos el estado en el que ha quedado el antiguo salón Marino después del final de la campaña de la aceituna y la marcha de la inmensa mayoría de los inmigrantes del asentamiento. Lo que antaño fue un moderno espacio de celebraciones, un mirador ajardinado con unas vistas privilegiadas, se ha convertido en el foco de insalubridad en el que se exhiben, en un panorama dantesco, residuos de lo más variado suficientes para llenar camiones.

En estas condiciones vivieron, durante los últimos meses —una situación que se repite cada campaña oleícola sin que ninguna autoridad tome medidas— decenas de temporeros, en su mayoría extranjeros. Pese a que el espacio está ya prácticamente deshabitado, todavía persiste un penetrante olor. Todo en un lugar estratégico, a solo unos metros del polígono industrial Fuente Granada y de la N-432.

Un recorrido por el recinto es equiparable a las más sórdidas entregas del conocido programa de televisión “Callejeros”. La devastación y la suciedad campan a sus anchas en el amplio inmueble, distribuido en varias plantas. En el sótano, una planta sin terminar ,las filtraciones de agua de lluvia se mezclan con ladrillos rotos —ya que cuando llegó la crisis y la propiedad fue embargada esa parte se encontraba sin terminar—, bolsas, cartones, desechos diversos, restos de hogueras y excrementos —ya que en esa área los ocupantes del espacio solían depositar sus deyecciones—. Quedan incluso dos paquetes con envases de cerveza sin empezar.

En la parte central y superior, las más lujosas otrora, pues allí se celebraban los banquetes, la sensación de desolación no resulta menor. Las estancias están completamente arrasadas. Las paredes, ennegrecidas por el humo de las hogueras. Mientras, de manera anárquica se reparten por el suelo muebles y enseres, cubos y garrafas, latas, envases, papeles, basura en general. En los rincones más escondidos, delimitados por mantas están los dormitorios, en los que se apilan colchones y diversas pertenencias. Ahí permanecen los pocos inmigrantes que todavía no han abandonado este foco insalubre. La cubierta evidencia la desidia que envuelve el lugar, pues queda claro cómo se han desmantelado de manera premeditada todas las instalaciones e infraestructuras que nadie pueda aprovecharlas. Tubos, claves y antiguas conducciones de aire acondicionado se muestran totalmente inutilizadas, junto a la estructura metálica de la techumbre, incapaz de que se filtre el agua que cae del cielo.

El malogrado complejo hostelero permanecerá así hasta el próximo otoño cuando, si siguen sin tomarse medidas, vuelvan allí seres humanos, temporeros con tajo pero sin techo y otras personas que esperan la oportunidad para trabajar en la aceituna.