“Testigos” y garantes en la retaguardia

Pequeños y medianos empresarios, autónomos, funcionarios y simples asalariados tienen asumidos sus deberes

18 oct 2017 / 16:37 H.

Detrás de una barra o en el interior de una taquilla; cocinando una paella o friendo la masa de una porra de churros que, ya entrada la madrugada, devorará cualquier familia o un grupo de amigos para reponer fuerzas; patrullando las calles de “La Vestida” o barriéndolas y limpiando sus aseos. La feria es sinónimo de fiesta. De alegría, de echar unos “chatos” y evitar que el vaso se derrame en los giros de la cuarta sevillana. Son comidas de confraternización, papas asadas que saben bien a cualquier hora y carcajadas enlazadas con anécdotas que pervivirán durante lustros en la memoria. Pero, para que la fiesta en paz sea posible, decenas de personas trabajan en la retaguardia. Son autónomos, pequeños y medianos empresarios, funcionarios públicos, freelance o simples asalariados, pero, sea cual sea el sustrato social, todos tienen en común algo: durante la semana que dura “San Lucas” son, además, espectadores de ese gran teatro que es la vida en general y, en particular, de las costumbres que están asociadas a cualquier feria. En los accesos al recinto, un nutrido grupo de agentes de la Policía Nacional, algunos fuertemente armados, lleva el control de todo aquel que entra y sale. El nivel de alerta 4 agudizada por el atentado terrorista de La Rambla ha reforzado el dispositivo policial y la precaución se ha extremado, pero, en el ecuador de “San Lucas”, uno de ellos comenta: “Por lo general, está siendo tranquila”. Comparten su opinión los bomberos. En plena feria, con miles de personas energizadas por las ganas de pasarlo bien, estos profesionales tienen más que asumido su deber. “Somos un servicio público y estamos para garantizar la seguridad”, sintetiza el cabo Valentín Díaz.

El trabajo es el trabajo. Quizá, dignifique, como preconizan ciertas religiones, pero, en feria, es muy duro. El torrecampeño Rafael Laza pertenece a la tercera generación de una familia de feriantes. Es el dueño de tres atracciones. Entre ellas, unos autos de choque y, dentro de la taquilla, con su hijo Iván saltando a su regazo, suspira: “¡Ojalá no se dedique a esto!”. “Es muy sacrificado. Hay que tener mucho estómago”, responde. Señala las “muchas horas” que hay que echar y los riesgos que entrañan los enganches y desenganches de las atracciones y las caravanas a la luz. “Llegamos a una feria y no siempre están los electricistas. Enganchamos y desenganchamos nosotros y te juegas la vida. Hay gente que se ha quemado o que ha muerto incluso”, explica. Y eso por no hablar del temor confeso “a que pueda pasar algo en la atracción”: “Siento miedo cada vez que la arranco”.

¿Hay ventajas? “Pocas, a no ser que te guste”, contesta, y enumera: “Ves otro mundo y, a diferencia de otros empleos, aquí el cliente siempre viene con humor y con armonía”. “Trabajas en un negocio familiar”, apostilla Javier Pernía, responsable de la churrería “Hermanos Pernía”, de Dos Hermanas (Sevilla). Pertenece a la cuarta generación. Tiene 41 años y, antes de que sus ojos se abrieran al mundo, su padre ya venía a Jaén con su churrería. “La gente nos acoge muy bien”, destaca este enamorado de su trabajo que solo ve dos “desventajas”: “que el tiempo venga en contra” y, la que más duele, la ausencia de los hijos.