La luz del pueblo ilumina a La Clemencia

La emoción inunda La Magdalena con Jesús de la Caída, el Cristo Crucificado y la Virgen del Mayor Dolor

12 abr 2017 / 10:09 H.

Algo tiene La Clemencia, cuando sale a la calle la tarde del Martes Santo, que araña el alma. Funde armaduras de frialdad y conmueve. Arranca lágrimas de emoción y saetas que caen espontáneas, como lamentos arrastrados, sobre los tres pasos que conforman la cofradía: el crucificado que le da nombre, obra del jiennense Salvador de Cuéllar, de finales del siglo XVI; un Jesús de la Caída que alimenta devociones y da aliento a quien ha perdido el consuelo, y una Virgen del Mayor Dolor que lleva en el pecho clavadas espinas de pesar, como cantó el tenor Miguel Ángel Ruiz.

Treinta minutos antes de la hora más taurina, en las inmediaciones de la hermosa iglesia de La Magdalena, ya era difícil dar un paso. Una muchedumbre, entre la que llamaba la atención el elevado número de jóvenes llegados de todos los barrios de la capital que la engrosaba, aguardaba ansiosa el momento en el que la imagen de Jesús de la Caída cruzaría el umbral del templo sobre un manto de lirios morados. Para algunos era la primera vez. Para muchos, una cita ineludible. “Obligada”, fruto de la tradición, pero, sobre todo, de la “devoción”, aclaraba María José Pérez, que, con sus manos, extendió al interior de la iglesia los aplausos a Jesús de la Caída con los que vibraba el exterior. Su padre “era del barrio” y, aunque ya no vive en La Magdalena, heredera de su devoción, ella acude puntualmente, cada Martes Santo, a ver salir a una cofradía que está ligada al ser de este castizo barrio, origen de la Jaén que hoy conocemos.

La pertenencia a La Clemencia es como una llama que se transmite de generación en generación, subrayaron Ángeles y Maica Estepa, que, con lágrimas en los ojos esta última, frente a un Jesús de la Caída que, ayer, portaba la luz del pueblo en la forma de cuatro fanales (faroles grandes) donados por las cuatro asociaciones de vecinos de la feligresía (San Vicente de Paúl, La Magdalena, Pilar del Arrabalejo y Puerta de Martos), resumía: “Hoy es un día grande para el barrio y para las personas que lo sentimos”.

También fue un día grande para Cinta Bermúdez. Nieta de uno de los fundadores de la cofradía, que se reorganizó por segunda vez en su historia en el año 1945, con solo cuatro hermanos por entonces, la primera mujer fabricana de Jaén, hace justamente dos décadas, ordenó la “levantá” a las 40 costaleras que, aproximadamente, integran cada uno de los tres turnos que porta a María Santísima del Mayor Dolor. “Costaleras, cuando las cosas se hacen con amor y perduran, hay que dar las gracias”, comenzó esta mujer que confiesa que, cuando empezó, con 17 años, “no sabía que era un hito” lo que estaba consiguiendo. “Solo hacía lo que me gustaba. Con el paso de los años, te das cuenta de que se estaba abriendo camino a otras mujeres”, indicó a este periódico, momentos antes de que el párroco llamara a la oración previa al comienzo de la estación de penitencia.

A su manera, Cinta Bermúdez inició una senda de equidad como la que sus compañeras costaleras habían fraguado poco antes. Hace 25 años, replicando un cambio que ya se había cursado en otras provincias, demostraron que “una mujer también” puede portar un trono o un paso de palio. Descubrieron al mundo cofrade de la capital que, como La Magdalena que está a los pies del Cristo de la Clemencia, en devoción y sentimiento nadie las gana, y, en cuanto a fuerza —apostilló Bermúdez—: “La sacamos de donde sea”.