Límites en las redes sociales

27 may 2017 / 11:03 H.

El asesinato a sangre fría de Alberto Magalhaes ha supuesto una auténtica conmoción entre la ciudadanía de la capital. Los datos reflejados en los balances que realizan las fuerzas de seguridad año tras año certifican la fama de que Jaén es una ciudad tranquila y sin graves problemas en este ámbito. Por eso, sucesos como el ocurrido al amanecer del pasado jueves, que ya de por sí trascienden por su brutalidad y su crudeza, cobran un mayor eco. En este caso, además, la víctima había estado implicada en sucesos que tuvieron un importante relieve mediático. Entre ellos, el conocido como “crimen de la movida”, por el que, siendo aún menor, fue condenado por ser uno de los cuatro autores de la muerte a puñaladas del ititurgitano Jaime Ordóñez. El que, años más tarde, fuera el protagonista de una detención que requirió un impresionante despliegue de la Policía Nacional y que trascendiera su historial delictivo redundan en que no se trataba de alguien desconocido en el marco de la crónica de sucesos.

Desde que este periódico dio a conocer el asesinato en la redes sociales, poco después de haber ocurrido, la información se difundió a una gran velocidad, con reacciones de todo tipo que, incluso, ponían a este medio en el punto de mira por el hecho de contextualizar lo ocurrido y dar a conocer los antecedentes de la víctima o juzgaban con una inapropiada crudeza a la víctima, con reacciones ante su muerte. Es necesaria una reflexión de la sociedad sobre dónde deben situarse los límites de la libertad de expresión en las redes sociales. Cabe recordar que otros casos recientes, como los comentarios sobre la muerte de Bimba Bosé o el torero Víctor Barrio, derivaron en investigaciones policiales.