político

02 abr 2018 / 08:50 H.

No voy a descubrir la calidad de la clase política, a salvo honrosas excepciones y sin acepción del partido que les mande; la tienen acreditada, por desgracia se escribe mucho y se habla más. La segunda semana de marzo —he dejado pasar el tiempo adrede—, junto a ese déficit endémico de nuestros próceres se ha evidenciado algo aún más grave: el absoluto divorcio de la casta —concepto que no es exclusivo de la izquierda populista— respecto a sus electores. En días sucesivos hemos asistido a dos debates impresentables: el de la derogación de la prisión permanente revisable en ‘caliente’ y el de las pensiones; tiempo habrá de hablar de uno y otro, hoy me limito a constatar que la sociedad va por un camino y los políticos ostensiblemente por otro, lo que no puede ni debe ser así. En el candente debate penal que no debió celebrarse, cuantos hablaron y, en especial, el diputado Campo, no tuvieron siquiera el pudor de guardar las formas. Lo de las pensiones fue aún peor, reproches mutuos sin una idea constructiva, ni remedios, ni austeridad, ni buscar ingresos ni minorar gastos; mientras impúdicamente se suben el sueldo. Lo dicho, la opinión y la calle, por un lado, ellos por otro; el divorcio está servido, falta un buen convenio regulador.