De nuestro lado

10 ene 2018 / 08:59 H.

Hemos asistido estos pasados días a las típicas Cabalgatas de Reyes, con mucho de cabalgata y muy poco del sentido real. No obstante, lo importante, lo que debe preocupar, lo que no se entiende es lo que no hay. Cabalgatas más grandes o más pequeñas, más o menos lujosas, de mayor o menor duración, es lo mismo; pero en la inmensa mayoría, hay que buscar con lupa un símbolo religioso o una alegoría cristiana. Se trata, a todas luces, de una apropiación indebida que camufla el sentido y la naturaleza de la razón de ser de la cabalgata y de lo que conmemora. Es cuestión de tiempo. Mientras nos ocupamos de criticar lo accidental, se nos está escapando de las manos lo sustancial. Las habilidades de los que se apropian de un acontecimiento religioso para que se convierta en una fiesta infantil sin más, triunfarán si dentro de cada familia no se olvidan los caramelos, los disfraces y hasta los saltimbanquis y se trabaja por mantener el verdadero sentido de la cabalgata de Reyes.

Según la OCDE, para el año 2050, habrá en España 76 pensionistas por cada 100 trabajadores; confirmando esta previsión, el Instituto Nacional de Estadística ofrece datos recientes señalando que llevamos tres años consecutivos perdiendo población neta en nuestro país. Ante tan evidente problema, los gobiernos de turno permanecen imperturbables y la única solución que aportan es que los españoles inviertan en fondos de pensiones, lo cual parece una ironía de mal gusto, dados los bajos salarios que se manejan desde hace tiempo. Dejando que circule al albur de la ignorancia popular, estos gobiernos parecen amparar la idea —cobarde— de que ellos poco pueden hacer ante semejante panorama pues las jóvenes generaciones son egoístas, esto es, que no quieren hacerse con obligaciones de peso como las de constituir una familia, cosa que realmente nada tendría que ver con el egoísmo, en todo caso lo sería con el hedonismo: ningún miembro de una generación tiene por qué asumir per se una obligación moral con respecto a otros miembros desconocidos de generaciones anteriores o posteriores, salvo que estos sean sus familiares directos, padres o hijos. Y es que, en realidad, todo esto no es más que una gran falacia y lo es por la sencilla razón de que los sapiens son mamíferos, y a los mamíferos les encanta tener hijos: esa es la ley natural. Si los sapiens no tienen hijos es porque, además de manejar instintos y deseos, valoran también las circunstancias de su existencia y, entonces, el escenario ya cobra otro sentido: trabajos temporales, bajos salarios, alto coste de la vivienda y de la vida en general, envuelto todo ello dentro de una mentalidad consumista de altas necesidades materiales. Con semejantes circunstancias, los hijos corren el riesgo de ser considerados artículos de lujo, o lo que es lo mismo, algo caro y difícil de mantener, escaso por naturaleza, propio de las clases pudientes o, peor aún, de parejas temerarias. La teoría del “materialismo cultural”, del antropólogo norteamericano Marvin Harris, afirma que todas las sociedades, a fin de conseguir su supervivencia, establecen prohibiciones (o tabúes) en sus prácticas culturales, sirviéndose sobre todo de la religión, para evitar aquellos productos o bienes (los hijos lo son) que son caros o antirrentables y promocionar lo conveniente o rentable. Así, por ejemplo, en la India, las vacas tienen el carácter de sagradas —y por lo tanto no pueden comerse— porque en una sociedad pobre es más conveniente consumir la leche diaria de ese animal que comérselo, puesto que luego no existe capacidad adquisitiva para reponerlo; en el Oriente Medio se estableció el tabú de la impureza de los cerdos para evitar su ingesta, pero la realidad era que los cerdos son animales de ribera, con grandes necesidades de agua, sobre todo para refrigerarse, que un clima desértico no podía ofrecer, por lo que su crianza era más costosa que la de ovejas o cabras; en otro sentido, el tabú bastante genérico sobre el incesto no está justificado en las enfermedades o taras ligadas a la endogamia sino en el establecimiento de alianzas con otras familias o poblados vecinos facilitadas por la salida de los hijos del núcleo familiar. Cuál sea la causa profunda del tabú referido a la procreación que está favoreciendo en nuestra sociedad el invierno demográfico es difícil de saber, pero el hecho de que, conscientes de esta problemática, las élites dirigentes permanezcan de brazos cruzados, parece indicar que existe un plan oculto acerca de lo que, estiman, es conveniente o rentable para nuestra sociedad. Se me ocurre que quizá alguien haya calculado que es mejor importar humanos cuyo coste de crianza hayan soportado otros, esto es, inmigrantes, que realizar un esfuerzo económico encaminado a favorecer la natalidad entre la población autóctona. Al fin y al cabo, desde una perspectiva elitista, los inmigrantes representan una mano de obra barata, sumisa y agradecida, mientras que los nativos somos caros, inconformistas y reivindicativos. No sé a ustedes, pero a mí todo esto me trae un cierto tufo de ingeniería social.

No es un buen momento para Reino Unido, inmerso en las negociaciones del doloroso Brexit. Pero al margen de esta coyuntura indeseada, es un país aliado e importante para España en multitud de frentes. La primera ministra, Theresa May, así lo puso de manifiesto en su encuentro con Mariano Rajoy, al que manifestó su apoyo total en Cataluña. Pasadas las Navidades, May se encuentra en la formación de un nuevo Gobierno y con los problemas que le dejará el Brexit, no obstante me parece de agradecer su apoyo al Gobierno Hispano.