Viejos colegas

17 mar 2019 / 11:22 H.

El olivo centenario aún puede ofrecer sombra amable y frutos remotos desde aquella genuina esencia que lo hizo árbol cerca del hombre. A pesar de todo, aquel espejo vetusto, olvidado en el trastero seguirá reflejando nuestra imagen de hoy y nuestro tiempo de siempre. Perduraran las buenas palabras ancestrales más allá de la palabrería inmediata que nos confunde. Los viejos mares siguen latiendo y ofreciendo su antigua música y la sal perenne. La voz y el silencio son viejos compañeros del sentir humano. Seamos pues justos con nosotros mismos y con el arcaico escenario que nos cobija, no olvidemos el pasado, ni aquellos que compartieron nuestro pasado, y menos aún, a todos los que acompañan nuestro presente con su atesorada sabiduría de pretéritos gravados con suficiente elocuencia y rotundidad, que ya saben quién va a ganar la partida, aunque los menos viejos juguemos de farol, y a pesar de la indolencia que pueda procurarnos una salud más o menos aceptable. La vida es una vieja tramposa que nos va engañando con trucos de supervivencia y futuros inconmensurables. Toda sociedad, comunidad, estado, familia, etcétera, que no ampare, proteja, cuide y vele a sus ancianos, está enferma de soberbia y henchida de necedad. Pasamos de la placenta a la muerte atenta, de las guarderías a la “viejerías”, y mientras tanto conjugamos todos los verbos de que dispone la condición humana, y jugamos a la gallinita ciega y a los espejismos de la eterna juventud. Desde nuestra viva palpitación, nos estremece y angustia pensar que todos llegaremos al olvido absoluto, pero lo que sí creo, desde mi ingenuidad de hombre primitivo, es que se podría paliar ese vivo dolor de quedar sustantivados por un olvido relativo, cuando nos instalamos o nos instalan en la eufemística tercera edad. Duele, si uno es medianamente humano, constatar que a muchos ancianos de este mundo se los posterga hasta por los de su misma sangre, se los desahucia de sus casas de toda la vida , se los veja en infiernos que regentan seres de entidad despreciable, se les ignora o minusvalora cuando los diploman de pasivos, se les califica en los mercados como no operativos, poco consumistas, no necesitan mucho para lo que les queda, no los pensionan en justa medida con lo aportado, se los encuentran muertos muchos días después en el campo de batalla de su soledad, se los desatienden, los obvian o los hacinan en los hospitales que ellos pagaron. Estoy convencido que no solo se mueren por causa de penurias físicas, la tristeza de algún tipo de abandono, también acelera el proceso. No estoy hablando de extraterrestres, ni de seres que pueblan mundos imaginarios, estoy hablando de todos nosotros, todo es cuestión de tiempo.