Veranear en Sevilla

31 ago 2018 / 12:32 H.

Es paradójico que éste sea el primer verano que paso en esta ciudad y que esté haciendo tal fresquito que ni los anales de la historia local lo conocían. Según cuentan los nativos (y esa es la idea que teníamos todos), en Sevilla, los estíos han sido siempre terribles y las altas temperaturas han obligado a la población pudiente a tener una segunda residencia en la costa onubense o gaditana, principalmente; e incluso a la más pobre, a huir de este infierno de la canícula sevillana. Pero este año —hasta la fecha; tocaremos madera— las cosas van ocurriendo de manera muy diferente, pues disfrutamos de una temperatura agradable tanto por las noches como en las amanecidas, y durante el día, ya que por la sombra se va a gusto sintiendo cómo la fresca brisa te acompaña. Con el Lorenzo, sobre todo en las horas centrales del día, siempre hay que tener cuidado pues si te casca encima y, además, no vas protegido, prepárate a sufrir. Es por eso que pasar esta época estival en la capital de Andalucía es un lujo y un privilegio que no todo el mundo puede alcanzar. Aquí hay tal cúmulo de actividades lúdicas, deportivas, religiosas, musicales, teatrales, gastronómicas, culturales... que cualquier extranjero o nacional que viene a estos lares queda encantado y presto a repetir. Y constato que son muchos los que llegan por tierra, mar o aire, como comento a familiares y amigos, puesto que no ha habido ciudad tan babélica en la que yo haya estado y se oigan por la calle tantos idiomas diferentes. Hasta es difícil, en determinados ambientes y momentos, escuchar el castellano o el andaluz sevillano. Aquí, hay diversión, cultura y entretenimiento para todos los gustos y las edades. Mucho, en verdad, donde elegir; aunque sean los bares los que se llevan la palma. Sevilla es conocida por “La ciudad de los cuatro mil bares” en los que la gente le gusta estar; a ser posible, en la calle, saboreando el vermut, la copita de vino o la fresquita cerveza acompañados de la variada tapita del pescaíto más fresco, la carne más sabrosa (bien solo, o mejor en compañía), ya sea en la Alameda de Hércules, bajo Las Setas, en el entorno de Triana o en los alrededores de la Giralda y el centro neurálgico, que es bastante extenso. Es tal el prodigio de las actividades que se programan por esta urbe soberana que hasta el Distrito Casco Antiguo, en el que tengo la suerte de pacer y vivir, ofrece gratuitamente una serie de rutas culturales nocturnas para este verano 2018, así como viajes a las playas próximas, para que no haya excusa en saborear de este verano lindo que se nos está regalando. Las noches musicales en los Jardines del Alcázar (que durante el resto del día ofrece sus variados encantos al ansioso y concurrido visitante) es otro aliciente más para pasar una velada nocturna fresquita y agradable, aspirando el ambiente musical adecuado a nuestro gusto, en un entorno inigualable, y en compañía de los amigos o familiares elegidos. También tienes a tu disposición diversos locales en los que se proyecta cine de verano, rememorando aquellas veladas al aire libre y con el cielo estrellado de nuestra infancia y adolescencia, tan al alcance de la mano. Si te apetece música o teatro, el Palacio de os Marqueses de la Algaba y otros muchos locales colmarán tus ansias desaforadas. Los paseos pedestres o en bici, en esta urbe llana, son la delicia del visitante. Y como no podía ser menos, también se tiene la posibilidad de dar una vuelta por lo más típico de la ciudad en calesa o autobús turístico, por un módico precio, que te hace conocer de primera mano todo lo que atrae a tantos visitantes a esta ciudad de ensueño en la que el turista oriental, sea japonés, chino o del sudeste asiático, tiene sus más alta cuota de asistencia asegurada. Para los amantes de la historia y el arte siempre habrá un extenso catálogo de monumentos importantes a visitar. Los hay de todas las épocas y estilos, aunque algunos predominen sobre otros; entre los que se incluyen mayoritariamente iglesias (mudéjares, barrocas, góticas), con su variado repique de campanas, que andan esperando al visitante avispado que sepa descubrirlas y disfrutarlas, cual miel elaborada por los siglos y las generaciones que han hollado este patrio lugar, provocando una genuina y original mezcla de culturas y civilizaciones irrepetibles. El portazgo pagado siempre ha sido —y lo sigue siendo— el mismo: su amigable trato humano y la alegría de saber envolver al visitante en un hálito de felicidad que le haga imprescindible volver a veranear en Sevilla (o en cualquier época del año), puesto que es una maravilla.