Vacío social

04 ago 2017 / 11:12 H.

Toda sociedad tiene un conjunto de leyes que definen el marco y las reglas de todo aquello que se puede hacer, o sea lo que está permitido y es aceptable dentro de ella. Además existen unos códigos de comportamiento no escritos que hacen posible la convivencia y mucho más amables las siempre difíciles relaciones personales. Esas costumbres y pautas sociales en teoría son exigibles a todos sus miembros, aunque en la práctica es muy frecuente encontrar excepciones aceptadas que suelen favorecer a aquellos que tienen mayor capacidad para influir en la opinión pública, bien por medio del poder político que detentan o bien por motivos económicos o sea por el poder del dinero. Desde la cuna que suele tener más o menos relevancia social según sea la estirpe familiar, cada persona comienza a desarrollar su vida intentando alcanzar unas metas que varían en función de la valía personal y los apoyos del entorno más cercano. Como consecuencia de este proceso cada individuo acaba perteneciendo a un círculo social más o menos amplio en el cual se siente acogido y seguro, entre otras razones porque conoce bien los códigos de relación que son aplicables y además los maneja de forma natural. Si todo se desarrolla sin ningún problema interno o externo, la vida de esa persona, dentro de su grupo de relación, transcurrirá de manera apacible desde la cuna a la tumba.

En el caso de que un miembro no especialmente relevante de la sociedad, ya sea por acción u omisión, rompa el equilibrio del entorno se producirá una reacción positiva o negativa en función de cómo sea percibido el hecho causante. Esa reacción marcará el devenir del individuo y su rol en el futuro. Cuando se transgrede una norma de forma grave suele suceder que el círculo social hace el vacío al individuo y le aparta de su seno. De hecho a partir de ese momento queda desterrado del ambiente que le acogía y se convierte en un apestado al que hay que eliminar, bien físicamente o bien de forma mucho más sutil apartándolo de toda relación amistosa e incluso familiar. Es evidente que esta última situación acaba minando la mente y las defensas de aquel que ha de padecerla de tal modo que suele llegar a fallarle la autoestima y obligarle a tomar decisiones cada vez más peligrosas. Cuando el afectado, que como se dice vulgarmente ha sido enfilado por su entorno cercano, es incapaz de seguir luchando en un ambiente tan hostil, es muy posible que se acabe rindiendo y decida romper amarras abandonando ese círculo de forma permanente, intentando olvidar parte de su pasado y rehacer su vida en otro ambiente. Esta sería una posible salida que aunque traumática aún le proporcionaría una nueva oportunidad. Otros cuando tienen conciencia de que han sido apartados de forma incorrecta, ya sea a causa de la envidia de algunos o por ajuste de cuentas pendientes por parte de otros, suelen resistir y afirmarse en sus convicciones, convirtiéndose en testigos implacables de la incuria de aquellos que le han estigmatizado sin causa ni razón. Continúan moviéndose dentro de esa sociedad pero su relación con el grupo es siempre problemática y su lucha consiste en sobrevivir en el día a día sin más reconocimiento que el que pueden obtener de aquellos a los que poco les importa el qué dirán, rara especie social que tampoco suele ser demasiado osada ni abundante. Estos luchadores siempre acaban ganando la partida porque suelen valer más que aquellos que le detestan porque se sienten inferiores.

Pero hay personas que a pesar de ser capaces de haber cometido un delito u una falta que haya desencadenado el vacío social, son al final mucho más débiles de lo que han representado a lo largo de su vida. Este tipo de personas no soportan el desprecio, la falta de apoyos y el desdén de aquellos que hasta ese momento les aceptaban e incluso a veces les adulaban, y avergonzados por la carga de sus culpas sucumben ante la adversidad y deciden acabar con su vida. Esa muerte trágica acaba sorprendiendo a los acosadores y espoleando sus conciencias dormidas. Cuando se produce el luctuoso hecho, muchos de aquellos que antes eran asiduos a su relación y les admiraban no pueden cargar con la mala conciencia del escarnio que practicaban y con el peso de la culpa que sienten ante el cadáver del caído al que escarnecían sin piedad. Ejemplos los hay y muy recientes por cierto.