Una lección francesa

02 ene 2017 / 12:03 H.

Bernard, mi amigo francés, me conoce bien. Cuarenta y seis años de amistad dan para mucho, para entenderse con la mirada, para atisbar en los pliegues del alma del otro. Intentando complacerme, no se le ocurrió mejor idea, para festejar mi 65 cumpleaños, que llevarme al Centro Internacional de Arte Parietal, conocido en abreviatura como Lascaux 4. Cinco días después de su apertura, aún quedaba el perfume de la solemne inauguración por el Presidente de la República, François Hollande. Ya en franca retirada, el líder galo acudió hasta Montignac, un pueblecito delicioso, de apenas 3000 habitantes, para lanzar al mundo, y a los franceses sobre todo un mensaje : el Estado puede y debe invertir en proyectos culturales ambiciosos, incluso si están ubicados en los confines remotos de una provincia, en este caso del Perigord profundo. Al foie gras, la vida tranquila en las granjas y el discurrir placentero de los ríos, viene a sumarse la construcción de un soberbio conjunto, semienterrado y discreto, al pie de la colina donde fue descubierto, allá por el año 1940, el mayor yacimiento de pinturas y relieves del arte rupestre paleolítico.

Y en esto de vender los valores propios, recreando la imagen de la orgullosa Francia, los habitantes del hexágono se las arreglan como nadie. Lascaux 4 es el último peldaño de una escalera iniciada con las visitas multitudinarias a las cuevas originales. Tan numerosas... que se hizo necesario cerrar el acceso al yacimiento original, tal era el destrozo que el turismo arqueológico había provocado en el delicado ambiente de aquellos santuarios misteriosos. El afán de negocio, único al incontenible flujo de visitantes, hizo necesario ofrecer una réplica muy aproximada, bajo el título Lascaux 2, eficaz salvaguarda de aquella “Capilla Sixtina del Arte Paleolítico”. Y en hábil maniobra de marketing y propaganda, rueda por el mundo una réplica que, bautizada como Lascaux 3, difunde la potencia creativa de aquellos artistas primitivos por países tan alejados de nuestra cultura occidental como por ejemlo Corea, entro otros.

Lascaux 4, un impresionante proyecto de 8.500 metros cuadrados, es considerado como un recurso turístico–cultural en el que las diferentes administraciones aportan su donación generosa. Por encima de los diferentes signos ideológicos de quienes las gobiernan. Cuando se decide un proyecto, el objetivo esencial es ponerlo en pie cuanto antes, no andar mareando la perdiz como sucede con excesiva frecuencia al sur de los Pirineos. Cierto es que Lascaux 4 no se libra de las críticas, comenzando por la dimensión brutal de lo construido, y siguiendo por el impacto medioambiental que pueden provocar 400.000 visitantes previstos cada año al frágil valle del río Vézère. Está por ver como digiere la minúscula Montignac –un Bedmar o un Begíjar, para hacernos una idea– la corriente de visitantes compulsivos, ávidos de imaginarse en el interior de una gruta enriquecida por los ancestros estilísticos de Picasso, Louise Bourgeois o Giacomentti.

Pero ahí está, reluciente y recién nacido, este nuevo polo de riqueza. En Montignac y su comarca se están especializando en reproducir, fielmente, las piezas originales. Todo un despliegue de artesanía creativa deja boquiabierto al personal. Desde delantales a vajillas, pasando por un sinfín de publicaciones en torno a Lascaux y su entorno, justamente declarados Patrimonio Mundial por la Unesco en una de sus primeras designaciones. Las autoridades francesas muestran, décadas después, que vale la pena apostar por la “excepción cultural” como instrumento de desarrollo y equilibrio territorial. Al hacerlo en este rincón de Aquitania, rinden homenaje a los humanos que casi veinte mil años atrás inventaron todas las formas de arte conocidas hasta la revolución técnica de finales del siglo XIX, cuando la fotografía y el cine derribaron los muros de la creación.

Vale la pena hacerse algo más de mil kilómetros para conocer Lascaux. Le vendría especialmente bien a quienes tienen en sus manos las decisiones sobre el futuro cultural de nuestra tierra. Pongamos, de Jaén.