Un poco de paz basta

13 abr 2017 / 11:48 H.

Estamos rodeados de violencia. La situación es inequívocamente agresiva tras las bambalinas, y sin pudor la violencia ha saltado al escenario, ha tomado las butacas, la platea, se halla como la semilla del diablo dispuesta a germinar a la más mínima provocación. Vienen noticias que no escandalizan a nadie: La violencia sigue sumando muertes, víctimas, oprobios, injusticias. Y hay mil formas de asesinatos, bombas, navajazos, ahorcamientos. España se ha comprometido a incrementar sus inversiones y gasto en armamento en los próximos años exponencialmente hasta llegar al 2% del PIB en 2025. ¿Para qué queremos tantos militares, tantos cañones, tantos tanques, tanta destrucción? España es un títere en manos de la OTAN, que es un títere en manos de Trump, la sombra que todo lo mueve. Eso son hilos y no los del Bernabéu. Nos queda mucho que aprender en medio de este revuelo de reivindicaciones absurdas, entre los que plantean reacciones mesiánicas o revolucionarias, enrabietados con el mundo, hijos de papá y del acomodo, y los que se flagelan detrás de las imágenes en Semana Santa. Quienes no solamente somos ateos, sino también apóstatas, vemos cómo se sucede el fervor de estos días en una muestra antropológica de esperanza ante la desilusión atávica de no aceptar la mortalidad. Nos gusta mucho la vida, qué leches. Pero no hay consuelo posible, porque cuando nos falta la ilusión, no acudimos a Dios, los santos, la Virgen o la Divina Providencia, buscando intercesión. Si fuera así de sencillo, solo con arrepentirnos ya estaría todo solucionado. No hay dogma que pueda explicarlo, claro, aunque el cristianismo da esa posibilidad quizá como ninguna otra religión en el mundo, con los valores más humanos y entrañables que se hayan podido predicar. Sin embargo, ¿en qué han quedado? Folklore, ostentación, opulencia: Sepulcros blanqueados. Y nuestro día a día, igual, esa es la configuración. Así se podría resumir la sociedad occidental, mirando hacia otro lado colectivamente mientras las estructuras neoliberales penetran en los intersticios que nos nutren, en nuestra respiración, en nuestro odio, en nuestro resentimiento que alimentamos con envidia y rencor. Eso genera violencia, sea del género que sea, fruto de las descompensaciones de un sistema que explota al hombre por el hombre, lo convierte en máquina, lo usa, lo cosifica, y cuando se funde o deja de funcionar, lo tira como chatarra. No somos personas sino mano de obra; cuanto más barata, mejor. Llevamos la violencia grabada a sangre y fuego, la inquina, la amargura hacia el otro para hacerle sentir el dolor de nuestras frustraciones, nuestros deseos irrealizables, siempre sin fin. El deseo nunca se sacia, es un instrumento más del consumo y queremos lo que no poseemos, nuestro carácter se ha corrompido con esa ley de lo desechable y fungible, la obsolescencia programada y la tecnología como velocidad. Todo va cada vez más rápido, tanto, que se nos escapa. Desde las componendas más sólidas del poder hasta los artesanos, los que recogen frutos, los que controlan los negocios, las profesiones liberales y aquellos humildes que aceptan pero siguen luchando... A todos los trabajadores: Basta. ¡Basta! El odio y la violencia crecen, no se detienen. Por eso yo ya solo me conformo con un poco de paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Un poco de paz basta.