Un “magnífico”

18 jul 2018 / 08:07 H.

Los primeros recuerdos que yo tengo de él son de hace casi 70 años, cuando iba acompañando a mi padre al mercado de San Francisco y, entrando, a la derecha, en un puesto de pescado estaba él, otro chaval casi de mi misma edad, con una manga regando la mercancía y todo el entorno. Pasaron los años y él, Enrique Delgado Aguilera, luchando codo a codo con la vida, con la colaboración de Carmen, su esposa, fue consiguiendo metas profesionales. Su primer gran negocio fue la inauguración del bar “La Gamba de Oro” en la calle Espartería. Fue un bombazo porque Enrique puso un producto, la gamba, casi inaccesible para muchas economías, al alcance de todos los bolsillos. Cuando yo iba a ese establecimiento, me recordaba bares típicos madrileños como “El Abuelo”, “La Alicantina” y “La Casa de las Gambas”, donde el suelo estaba cubierto por una buena capa de peladuras de gamba. Fue un éxito.

Un éxito que obligó a Enrique Delgado a ampliar su negocio y abrió un local más grande y mejor acondicionado en la calle Nueva, donde no solo permaneció durante muchos año, sino que, además, Enrique abrió otros negocios en la misma calle. Fue en esa época, al inicio de los años 80, cuando, a pesar de conocernos de casi toda la vida, se inició nuestra amistad teniendo como intermediario al Real Jaén. Porque Enrique Delgado fue uno de los directivos conocidos como “los siete magníficos”, que tanta importancia tuvieron en su momento para evitar la desaparición del Real Jaén y avalar su continuidad durante varias temporadas. De aquellos siete hombres, solo están entre nosotros tres: Norberto Orihuela, Mateo González y Enrique Delgado. En aquellos años sí conviví y compartí con Enrique muchos momentos, porque yo siempre estaba cerca del club buscando la noticia de primera mano.

Después, las cosas volvieron casi como al principio. Enrique se alejó del primer plano del fútbol local, luego yo me jubilé, y otra vez surgió la distancia, aunque para mí, donde quiera que lo encuentre, Enrique es un amigo a quien, quizás, el cansancio de los años motivó que sus negocios perdieran fuerza al punto de tener que cerrar. Pero ya se dice que el descanso de un guerrero es el pelear y, pasado un tiempo, Enrique vuelve con fuerzas renovadas a lo que siempre fue su vida. Y, teniendo como persona de máxima confianza a su hija Carmen, volvió a abrir las puertas de “La Gamba de Oro”.