Un lugar de milagros

19 feb 2017 / 11:41 H.

Por el simple hecho de respirar en esta tierra de promisión que es Jaén y por la sencilla razón de que un gran número de andaluces olivados y altivos procuramos esquivar la ignorancia y la cerrazón, atesoramos la experiencia que por estos lares no se prodigan los milagros, es más, ni los hubo ni los habrá. El milagro que como tal es una entelequia, un artificio para consuelo de nuestras carencias, un sucedáneo fantástico de la fantasía, no tiene cabida ni predicación entre olivo y olivo porque el lugareño ya está escarmentado de fútiles prodigios y magias efímeras, y se atiene a las mesuradas emociones de una vida prosaica, a las voces y ecos de su estómago y a los reclamos de sus crías. No me estoy refiriendo a las apariciones de vírgenes, ni a las hazañas de santos milagreros, pues de estas magnitudes sobrenaturales se ocupan las religiones con sus ortodoxias y los hombres de fe con su acerada fe, sino a aquellos sucesos, acontecimientos, hechos, actuaciones o eventualidades que sin ser considerados excepcionales o extraordinarios en el ámbito de las realidades objetivas, aquí en nuestros jaenes, por insólitos y escasos pudieran alcanzar la presunción de milagros. Seria tedioso enumerar todos aquellos fenómenos que podrían llegar a conmovernos, procurar asombro, o al menos sustanciar un tanto el acontecer y el carácter del jiennense. Para mí sería, —por poner algún ejemplo — casi un milagro, ver asfaltar las calles de Jaén y provincia sin que haya unas elecciones de por medio, o ver pasar el AVE por estas tierras antes de medio siglo, o que la apertura de librerías supera a la de güisquerías, o encontrarme alguna vez en una acera con todas sus baldosas, y a ser posible solteras y enteras, y etcétera. No obstante y dada nuestra bonhomía natural alimentada por los divinos óleos que nos rodean, aceptamos algunos milagros concertados —si, como la enseñanza—, que no son públicos pero si notorios sobre todo para algunos y sus bolsillos, y soportamos de buen talante a bastantes “milagristas” que venden maravillosas profecías para pobres y revelan fórmulas magistrales para ingenuos aspirantes a ricos, y aún nos queda corazón para recoger a unos cuantos desterrados de la “corte de los milagros”. ¡Ay! que derroche de amor, cuanta locura, ¡Oh! que tiernos besos con levadura. Por eso y por muchas cosas más tendemos a poetizar, magnificar y celebrar lo poco o mucho que tenemos, y así sin más, disfrutamos de un paraíso particular en el reino del oro líquido frente a un mar de olivos. Después ustedes pongan la verdad donde quieran y los milagros donde puedan.