Un largo y
cálido verano

28 jun 2017 / 17:00 H.

Cansada de ese viento helado que sopla desde el castillo de Santa Catalina, recibo con gusto los dos días de primavera. Al tercero, en una terraza, un calor sofocante me obliga a desechar las medias con refuerzo que oculto en el bolso, bajo la cartera. Pero soy optimista y me acompaño de una chaqueta, por si refresca. Imagino un largo y cálido verano a la orilla del mar. Cuarenta grados y subiendo. El sopor me idiotiza provocando en mí un barullo de ideas absurdas como que amenaza tormenta. Noto que el canalillo rezuma. Agito la carta cual improvisado abanico y, caña en mano, observo discreta la mancha sobaquera del vecino de mesa. Unas gotas de sudor le caen en el plato de calamares. Inquieta abro el bolso y dejo caer las medias; el vecino, solícito, me las alcanza, regalándome sus efluvios estivales. Miro al cielo anhelando una nube inexistente, y suplico que vuelva raudo ese frío gélido que me cala los huesos y limpia mi pituitaria. ¡Ay Dios, que no tarde!