Un beso Manolo, te quiero

Ha muerto un enfermero que no solo curaba con atenciones hospitalarias, lo hacía constantemente con su bonhomía >> Manuel Barranco Madueño nos ha dicho adiós en agosto y en su ausencia son legión de amigos quienes le añoramos

20 ago 2017 / 11:09 H.

He de escribirles una nueva Crónica de la Semana en esta canícula de agosto y permítanme que lo haga memorando a un buen hombre, en el buen sentido de la palabra bueno, que escribía Antonio Machado. Bueno y bondadoso, bueno y servicial, bueno y cabal, bueno sin más sustantivo añadido que un hombre de la cabeza a los pies, ejemplo de condición humana, que no es otra cosa que solidaridad y eterna mano tendida, siempre estaba presto para todo, algo que en su mano estuviese era tuyo, algo que pudiese hacer, iba y lo hacía sin que te dieses cuenta. Así tenía a Jaén, preñado de amigos, amigos tantos y tantos que ahora lloramos su muerte y extrañamos su ausencia; sin haberle dado un beso de despedida, un abrazo de vida, un trocito de nuestro aliento. Les hablo de Manuel Barranco Madueño a quien “un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible, un empujón brutal ha derribado”. Hago acopio de la “Elegía a Ramón Sijé” de Miguel Hernández para juntar estas cuatro letras con la sangre helada y la piel ajada porque un pellizco como este hiere el alma, amoratona el corazón y recomponerse será cosas de soles y de lunas, largas lunas. Me pongo en la piel de su mujer y de sus hijos, de su familia, de sus insuperables amigos y esa lágrima que nos brota y humedece la mejilla es a la vez un cántico a un tipo único, caballero y con señorío, un cántico a un hombre de los grandes, un orgullo jaenero, que ni buscó aplausos ni quiso medallas. Lo suyo era la gente, quedar y salir, ayudar y compartir. Una sonrisa inigualable, que irradiaba vida, una carcajada única, que daba paz y tranquilidad, además de honda alegría. Con eso me quedo, que es mucho, querido Manolo, con el recuerdo de las pequeñas grandes cosas de la vida que a ti te gustaban tanto, las tertulias inacabables cuando la convalecencia de Pío, una ligá con Franvi, el trío que formabas con los hermanos Sevilla, tus puros para los toros, tus recuerdos de la Peña y siempre, siempre, tu comprensión y cariño para este humilde periodista por el que tantas veces diste la cara, además del corazón, ese corazón tuyo inconformista y luchador, grandioso y fuerte a la par que pequeñito cuando enmudecías con el sufrimiento de los más débiles. La vida sigue, puñetera y errante, ahora sin ti y sin tu bolso mágico, de donde sacabas de todo, pastillas de colores para sanarnos y pastillas del alma para curarnos de la vida perra. “A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”, que escribía derrotado Miguel Hernández... Un beso Manolo, te quiero.