Treinta años del Premio Ollero

07 ene 2017 / 11:32 H.

Un año más, el Premio de Pintura “Emilio Ollero” centra la atención expositiva en Jaén hasta el próximo día 15. Hablamos de un incuestionable certamen de altura con una trayectoria superior al cuarto de siglo; tiempo dilatado en el que todo se ve afectado por el vértigo cruel de la velocidad que, en ocasiones, destruye y pone en cuestión la propia validez de estos certámenes, de algún modo, amenazados de muerte desde la propia inercia de un sistema que busca toda clase de rentabilidades, cuando palmariamente, la primera de ellas, y por consiguiente su finalidad primera, es y debería ser el mecenazgo. En este sentido, y de ello creo hablar con algún conocimiento, la Diputación Provincial de Jaén ha ido ajustando este premio a las necesidades del momento; tanto en la dotación económica, como en introducir el premio reservado a los artistas jóvenes andaluces o con residencia en Andalucía, aspectos todos ellos gestionados por el Instituto de Estudios Giennenses, que es el lugar en el que nace el Premio Ollero de Pintura en 1987, hace tres décadas, debido a la donación de un particular cuyo nombre va unido al certamen. Sin embargo, ha sido la Diputación Provincial la que, agotada la dotación del señor Ollero y a instancias del IEG, decidió prolongar la vida del certamen aumentando su dotación, según una constante comenzada hace siglos. Esto es, apuntalar valeros de cultura, en este caso, visual, que el tiempo y según los momentos, afirma o debilita.

A mi modo de ver, tal es el éxito de este certamen que en tiempos de tránsito en los que suele mirase hacia otros horizontes, se ha venido afirmando hasta hoy que aparecen nuevas amenazas. Entre estas y además de lo que puede suponer la retención de hacienda, está la dificultad que supone concurrir a los certámenes costeando los portes los participantes; quienes, de otro lado, tampoco encuentran una linealidad a la hora de establecer valores éticos dentro de una estética, en no pocas ocasiones, de escasas exigencias donde el concepto de arte queda suplantado por la decoración o, peor aún, por la ocurrencia transformadora de verdaderos ignorantes con deseos de una notoriedad en nada inútil para el sistema.

Se trata de transformarlo todo para evitar que nada perturbe la lógica del todo vale como parte del empeño en anular cualquier representación que incumpla la asepsia de la decoración. Atrincherados en lo más huero de esta constante del otrora llamado interiorismo, adquiere lugar de categoría de paradigma la obra de aquel visionario escultor creado por Giovanni Papini incluido en su colección de ensayos reunidos en Gog: la genialidad del artista consistía en modelar penachos de humo ante el ocasional mecenas, única persona invitada al espectáculo y, por consiguiente, muy de espaldas a la siguiente reflexión de Cervantes: “Cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía, sino justicia”. Sí, justicia y no menor causa, es avivar la mirada colectiva envuelta, no se nos olvide, aquella parte de mirada genética que pudiese corresponderle en cada caso y en cada latitud del planeta.

En efecto, Enrique Lafuente Ferrari, sirviéndose de una cita de Delacroix, percibe estas “menudencias” y hace notar algo lindero a la impostura de ciertos momentos y a la del referido escultor y, claro es, con otras celebridades que suele habitar el entorno del arte contemporáneo más abrigado por la coartada de la genialidad. Esto: “Los espíritus falsos o hinchados se inclinan a creerse extraordinarios. La ciega confianza en sus ideas es lo único que aproxima la estupidez al genio”.

En épocas de confusión donde el pensamiento más áptero prevalece, el arte se refugia en estados de insensibilidad aparcando la razón en ese cajón de sastre llamado progreso; afanado en borrar aspectos de identidad destinados a iluminar la huella del proceso histórico. No deja de resultar paradójico que Europa, bella princesa, hija de Agénor y Telefasa, trasladada a la isla de Creta, esto es, a la civilización, haya estado al borde de la minusvalía total y, en consecuencia, a dejar el continente sin su bisabuela en virtud de nuevos conceptos de progreso.

Si de pronto los conceptos del humanismo viran hacia un concepto de decoración situada muy al otro lado de aquella que demandaba los cuadros de Velázquez, procedentes del pensamiento desarrollado en Grecia; cuya trayectoria legitimadora se abriga bien con la siguiente opinión de Eugenio d´Drs: “Todo lo que no es tradición es plagio”. Por cierto, aseveración, según Antonio Machado, algo desmesurada, e inmediatamente matizada por el gran poeta sevillano del siguiente modo: “El escritor catalán no había pretendido degradar la tradición ni confundir tradición con tradicionalistas”.

Amparado por cierto dandismo tardío y un tanto snob, cuando los intelectuales españoles andaban en el exilio, en Xènius perviven guiños de ese concepto de onirismo que hoy hace fortuna en el territorio del arte contemporáneo. Me refiero, claro es, a un estado de pensamiento ajeno al del poeta sevillano, quien no dudó en manifestar: “La oniroscopia no ha producido hasta la fecha nada importante”. Sin embargo, algunas corrientes estéticas se muestran proclives a conceptos de onirismo y a la asepsia de lo decorativo.

Ante tanta pluralidad y desacomodo de la razón que debería acunar el arte, cualquier faceta del arte, el Premio Internacional de Pintura “Emilio Ollero” sigue fiel a su constante heterodoxa, incluida, como se pone de manifiesto en la presente edición, la atención a la pintura joven como valor de mecenazgo.

Pues bien, ambos discursos han sido galardonados en esta edición del Premio “Emilio Ollero” de Pintura; en el caso de Laura Sebastianes Morales (Córdoba, 1990) con la obra Ensueño II (técnica mixta, 195 x 195 centímetros); en el de Ángel Sánchez Aguas (Sevilla, 1984) con Bella (pastel sobre madera, 104 x 125 centímetros). Ambos autores están representados con piezas de esmerado acabado y, sin embargo, pertenecen a extremos opuestos en el diámetro que limita la actual esfera del arte. La primera es una pieza de clara exploración espacial y sutil cromatismo; ambas cosas logradas con escasos recursos en los materiales empleados; poco más que una manera de collage que hace del cuadro un espacio de tratamiento sintético, especialmente atractivo dentro de la corriente abstracta. La obra del segundo autor, Bella, nos acerca a un universo intimista a través de una figura tratada al pastel, llena de un misterio no exento de fuerza y firmeza a través de un magnífico dibujo que deja intuir un concepto de espacio, en cierta manera, con aliento a celuloide, donde cada cosa ocupa su lugar y evoca su textura; por demás, difícil de ser vista y valorada en su justa medida en estos concursos en los que prevalece la impronta del gesto y de la imagen. De cualquier modo, las dos obras, no obstante sus lenguajes, opuesto la estética de hoy, resulta igualmente sinceras y sin resabios que procedan arrastrado desde otras miradas. Por cuanto hace a los dos artistas galardonados con accesit pertenecen al grupo de los más avezados en concurso convocados en diferentes lugares de España. Pedro Peña Gil (Jaén, 1978) obtiene su galardón con el cuadro An Industrial game (técnica mixta y lates sobre tabla, 185 x 185 centímetros); pieza ambiciosa y bien lograda, de muy significados recursos fotográficos, atemperadamente envueltos en sensaciones de incuestionable sensación plástica que, sin embargo, no deja de dar visibilidad a la realidad de la mistura de medios que intervienen en la gozosísima pieza. En cuanto a la tela Sol y nieve (óleo sobre lienzo, 165 x 195 centímetros) pintada por Eugeni Ocaña Afán de Rivera, (Granada, 1978), se nos acerca a manera de reclamo desde su título. Se trata de un cuadro briosamente gestual, objetivado desde cierto encuadre fotográfico; dominante actual de las cabezas de tamaño mucho mayor del natural. La pintura se vuelve y se revuelve sobre sí misma merced a la destreza de este artista que no esconde su vocación de apariencia y su deseo de estar presente en un tiempo en que tales cosas se dan cita. Con todo, y fuera de otras formas igualmente actuales, como por ejemplo, el montaje y el videoarte (por señalar solo dos), en las cuatro obras premiadas percibimos cuatro experiencias de la mirada que, junto a las correspondientes a las otras obras reproducidas en el catálogo, hacen de esta exposición una ventana abierta al quehacer plástico realizado por artistas que en ningún caso rebasan el medio siglo.