Sutilezas del lenguaje

23 feb 2018 / 09:26 H.

Es curioso cómo las élites utilizan el lenguaje. Cuantos más pobres proliferan en la vida real, menos pobres aparecen en el lenguaje cotidiano. Me atrevería a decir que los pobres han desaparecido del lenguaje. Sorprende ver tantos análisis económicos en los que con tanta naturalidad y demasiada frecuencia se utilizan los datos de instituciones bancarias, esas mismas instituciones que han demostrado su gran credibilidad en la crisis financiera. Me pregunto cuántos centros académicos, los que financian gran parte de la investigación económica de nuestro país, predijeron la burbuja inmobiliaria, la Gran Recesión. Es curioso el clasismo y la discriminación de estos centros académicos y de investigación donde siempre el porcentaje de alumnos de clases más adineradas es superior al de los estudiantes de familias de clases trabajadora. Y hablando de clases, me doy por vencido, me han convencido, me rindo. Con la familia, con los amigos, con los compañeros no puedo utilizar el término “clase trabajadora”, y si se me ocurriera hablar de “lucha de clases”, peor que peor. Utilizar estas categorías y estos términos está anticuado, es inexacto, es un gran error. En España, al parecer, tenemos tres clases. Clase media, que es la supuesta gran mayoría, y la clase alta y baja, que son unas minorías. Parece ser que vivimos en una sociedad de castas, donde por suerte la gran mayoría es la media y luego están la superior y la inferior. Partimos, por supuesto, de que la clase trabajadora se engloba en la clase media, o clase baja, pero sin ánimo de ofender. Pero la cosa se ha fragmentado, descaradamente, aún más. Tenemos clase media baja, clase media media, clase media alta, y un largo etcétera. Aquí ya no se conoce ni reconoce nadie, el obrero no reconoce al campesino, el feriante no reconoce al oficinista, y otro largo etcétera. Es como si todos estuviéramos ajenos a nuestra realidad.

Ya no es necesario para mantener el mando una superioridad religiosa, nacional, nobiliaria o natural. La estrategia es más útil, ahora se finge que no existe posición dominante alguna ante el explotado. El viejo estilo de presentarse como un estatus superior de la sociedad se diluye en el engaño de negar que ocupa esta posición ventajosa frente a los dominados. Las minorías dominantes nos presentan una y otra vez en los medios una enorme mayoría englobada en la clase media. Apenas existe la clase baja fagocitada por una clase media con poder frente a la clase alta. Nuestra sociedad, desde hace décadas, carece de clases sociales. No existen dominantes ni dominados, todos somos parte de una unidad espiritual que no tiene costuras como la túnica de nuestro Señor. Las élites, en los regímenes, como en el que vivimos, basados en la opinión pública, nos hacen creer que los sometidos disponen del mismo, o mayor, poder político que estas. Nuestros niños pasan por un sistema educativo obligatorio que procura mantenerlos en la ignorancia del poder de esas élites sobre la sociedad, se les adoctrina encubriendo la concentración de la riqueza, olvidando la injusticia económica, la influencia de esos poderes en las decisiones ejecutivas o legislativas y se obvia, por supuesto, cualquier sistema político alternativo, se aparta el foco de cualquier elemento de diversidad social, étnica, lingüística... Nosotros metemos cada cuatro años nuestro voto resumiendo así nuestro papel directivo mientras sentimos el cuerpo místico colectivo viendo un buen partido de fútbol o disfrutando de la participación simbólica de nuestras élites en algún espectáculo público como los desfiles, coronaciones o cualquier otro que nos dé cohesión. Con el poder nos pasa como con las clases sociales y la conciencia de pertenencia a una u otra, el poder nos regala una ideología, pensamiento único, tan simple como la de intentar hacernos creer que no existe, que no es verdad que haya diferencia entre estar entre los dominados o estar entre los dominadores. Todos somos lo mismo ahora. Lo que todos vemos y sabemos distinguir no es cierto. Como dijo Margaret Thatcher, “There is No Alternative”.