Sobre el Jaén vaciado

26 mar 2019 / 11:30 H.

Si la España vaciada existe, no es menos cierto que el Jaén vaciado, también. Tan es así que podemos constatar algo doloroso: fuera de los límites geográficos provinciales hay una población igual que a la existente a día de hoy en nuestros pueblos y ciudades, el segundo Jaén. Para entender todo lo que ya es realidad quizá convendría irse a la década de los sesenta del siglo pasado. La mano de obra proveniente de Jaén siempre fue muy bien valorada en territorios como Cataluña, el País Vasco y Madrid, más aún en unos tiempos en los que dichos territorios eran la gran apuesta del Gobierno de la Dictadura.

Una vez acabados los faraónicos proyectos hidráulicos para beneficio de los riegos de los grandes terratenientes y alguna eléctrica adepta al Régimen, había que asentar solo la población justa que atendiera las grandes fincas; el resto, o mera subsistencia, pobreza absoluta o emigración.

Hay que entender que el déficit de trabajadores en aquellos sitios por los que la Dictadura apostaba, sin recato alguno —aunque ello significase dejar al margen al resto—, influyó de manera notable en que se dejase de invertir en más de media España para que la única salida laboral de sus habitantes fuese la emigración.

Jaén no quedó al margen, desde aquellos años, de políticas que parecían más inducir a la diáspora que al asentamiento territorial. Y para entender mucho mejor cómo se aboca a una provincia a que haga las maletas, basta con fijarse en los hitos históricos del ferrocarril.

A finales de los años cincuenta se desecha la traza de una línea, dónde se hicieron obras de infraestructura, entre el actual Marmolejo y Puertollano, quizá para no molestar al Caudillo cuando venía de caza al Lugar Nuevo, pues el trazado pasaba justo por allí. De manera casi simultánea se daba carpetazo a la Linares Baeza-Utiel, con el vergonzoso agravante de que toda la infraestructura estaba hecha a mera falta de tender la vía; más aún, la vía estuvo finalizada desde el límite de Albacete hasta la valenciana Utiel. Estas dos líneas habrían articulado el territorio en zonas muy necesitadas de ello, al tiempo que habrían ayudado a asentar y fijar población. Pero claro, se necesitaba mano de obra fuera y no parecía ser cuestión baladí no permitir un desarrollo que nos correspondía.

Llega la época democrática y ya, con ella, el declive total. Un Gobierno del PSOE, cosa que duele aún más, decide que el Puente Genil a Jaén no es viable y lo cierra, dejando otro medio Jaén sin posibilidad de acceder al ferrocarril. Y claro que no era viable: cuando no se invierte, de forma premeditada se lleva a la quiebra cualquier infraestructura que se precie. Y si Jaén no había sido ya castigada con suficiente dureza, se opta por una línea de Alta Velocidad de Madrid a Sevilla, dejando al margen los olivares jiennenses. Con la apuesta por correr mucho y sin medidas compensatorias en materia ferroviaria, la provincia, otrora nudo fundamental, pasó a ser un páramo.

Pero cuando creíamos que ya estaba todo hecho, llegó un nuevo golpe en nuestra espina dorsal, puesto que se eliminan casi por completo los trenes que nos unía con Almería y Granada.

Lo único bueno de todo esto es que desde el fondo del pozo donde nos han instalado solo queda esperanza, puesto que poco más bajo se puede caer. Y lo que debería ser exigencia por parte de todos para inversiones, se está convirtiendo en un mero suspiro, casi un ruego para que nos dejen como estamos.

La España vaciada, el Jaén que se fue, se va y sin expectativas de futuro se irá, tiene mucho que ver con los trenes. Esos mismos trenes que, llenos de familias, se llevaron lo mejor a otros territorios. Trenes llenos de lágrimas que quedaban aquí, llanto por unas raíces que se difuminaban en la distancia.

Lloran los olivos,/

riadas de lágrimas por las hiladas/

desiertas, sin gente, sin conversaciones./

No traen música las locomotoras,/

solo silencios cautivos en la memoria/

de unos olivos que lloran.