Sin poder pasar página

18 mar 2017 / 11:05 H.

“Le han montado una campaña de acoso para amilanarlo y tiene toda la gente del pueblo en su contra. Un buen hombre. Para mi padre, un hermano y para mí, casi como un tío. Ahora no nos hablamos con él ni con su familia, aunque no nos han hecho nada. Este es un país de locos”.

“Patria”, de Fernando Aramburu

Coincide el penúltimo anuncio de ETA con el libro “Patria” abierto en la mesa. Sus breves capítulos son precisos, como cortes certeros de cirujano, sin artificios literarios y sin anestesia posible a un dolor cercano en la memoria, presente en las víctimas y en los aledaños de la sociedad. Dos familias y los fragmentos vitales de cada cual conforman un puzle oscuro, con una liturgia del odio presente en cada esquina, en cada página. Una lucha contra el Estado que todo lo impregna y que es capaz de señalar a víctimas propicias (cualquier representante del país opresor), pero también a cualquier euskaldun que no abrace la causa con la suficiente fe, se exprese esta en la calle o a través de la cuenta corriente y su impuesto revolucionario. Un concepto este con el que las víctimas del chantaje se convertían, en ocasiones a su pesar, en necesarios colaboradores de los verdugos en un círculo de asedio, temor, muerte y vuelta a empezar. Todo por la causa.

El autor, Fernando Aramburu, crea un personaje extra: el silencio cómplice. Se construyen argumentos, se buscan debilidades para poder conseguir el necesario “quórum” de la tribu y que el desdichado quede fatalmente señalado. Desde ese momento, los cambios graduales en el día a día, al negar el saludo, al cambiar de acera y así se logra poner en la diana al que hasta ayer era tu amigo, tu compañero y que, ahora, ha caído en desgracia. Unos emigraron de su tierra por ser empresarios, otros lo hicieron porque su ideología no tenía cabida ante el pensamiento único y superior de liberar a todo un país. De algunos de los que se quedaron ya sabemos su triste historia. Elocuente también quienes en ambientes cerrados, amamantados de agrio radicalismo, lograban escapar de un destino marcado por otros, pero siempre atentos a no desentonar de unas consignas que les permitían camuflarse y otorgaban, además, carné de buen vasco. En el relato de la buena novela de Aramburu, otros personajes tan necesarios para la trama y para la historia reciente del País Vasco como ese cura, “don Serapio”, siempre dispuesto, en la retaguardia, a dar aliento a las familias de los gudaris (los soldados vascos) y que buscaba coartadas hasta en la palabra del señor:

—Quítate las dudas y los remordimientos de la cabeza. Esta lucha nuestra, la mía en mi parroquia, la tuya en tu casa, sirviendo a tu familia, y la de Joxe Mari dondequiera que esté, es la lucha justa de un pueblo en su legítima aspiración a decidir su destino. Es la lucha de David contra Goliat...

Como en la novela, no se puede ser víctima siempre. Todos debemos volver al lugar de los hechos, aunque moleste el regreso, incomode la presencia, incluso, en tiempos de paz. Hoy, por ayer, lo que queda de ETA anuncia su desarme incondicional y unilateral el próximo 8 de abril y facilitará la localización de sus zulos, donde aún se guarda un material ya en mal estado, como su argumentario de banda armada que tanto daño inflingió. Cuarenta y tres años después, con 829 muertos como bagaje, Arnaldo Otegui pide altura de miras, aunque se necesita algo más que eso y él puede dar ejemplo. Tras el asesinato del periodista José Luis López de la Calle, encarcelado por Franco y asesinado por la espalda por ETA, el líder abertzale dijo: “ETA pone sobre la mesa el papel que, a su juicio, los medios están planteando: una estrategia informativa de manipulación y de guerra en el conflicto entre Euskal Herria y el Estado”.

No es tiempo para la desmemoria.