Sevilla y el duende

01 oct 2018 / 11:21 H.

Ala vera del Guadalquivir, reconciliada y soldada finalmente con el padre de los ríos, Sevilla tiene un color especial, un sabor, un azahar, olores singulares a pescaíto frito y a cera de Semana Santa. “Que no se pué aguantá” es una forma de reducir a lenguaje de calle lo que entre el gentío sevillano es creencia compartida. Como Sevilla, ¡ni hablar!

Es por eso que desde las élites sevillanas –siempre las élites, la misma oligarquía terrateniente- se mira al resto de Andalucía con cierta condescendencia, con un espíritu capitalino y sobrado, sobradísimo. Y el resto de los andaluces no pasamos de periféricos, de provincianos, catetos y vulgares. Donde se ponga el refinamiento de una Duquesa de Alba o de un Marqués de Feria, que se aparten los castrojas, los malafollás o los medio manchegos.

Quiero decir que existe, a mi juicio, un cierto aristocratismo sevillano que trasmina los aires de la ciudad de la Giralda cuando desde su alminar contemplan los campos y los pueblos del resto de Andalucía. A lo lejos! Y ese sentimiento de superioridad, profundo e inconsciente, pervive por los siglos de los siglos. Desde Fernando III el Santo hacia acá, todo es gracia, salero y duende. Acrisolado en los Álvarez Quintero y Malvaloca, en José María Pemán y el Séneca, en Manuel Machado y la Lola que se va a los puertos.

¿Que todo lo antescrito es un tópico? ¿Que estos párrafos muestran una generalización y un prejuicio injusto –como todos los prejuicios- acerca de la capital de Andalucía? Es cierto. Lo reconozco, lo confieso y ruego disculpas mil. Pero es que se da la circunstancia de que un servidor es de Jaén, y esta tierra queda lejos, muy lejos, enormemente lejos de la ciudad del Betis. Casi tan lejos como Almería, y algo menos que Granada. Y resulta también que con el paso de los siglos las zonas del oriente andaluz siguen quedando alejadas del ombligo donde todo se cuece, se decide y ejecuta. De la ca-pi-tal banquiverde.

Y ese alejamiento se nota. ¡Vaya que si se nota! Hasta existió un intento de convertir Sevilla en la capital de las Españas. Y eso ha marcado impronta por los siglos de los siglos. Y ese estado de las autonomías, al cumplirse cuarenta años de Constitución, no ha cambiado la raíz de las cosas. Ni las formas de enfocar los asuntos públicos. La capital residencia de la Junta de Andalucía reproduce fielmente el acrisolado centralismo madrileño. Y a Jaén nos queda tan lejos -por decirlo por lo corto y por derecho- Sevilla como Madrid. Dado que, al fin y al cabo, los “medio manchegos” somos nosotros, los jiennnenses. ¡Qué pena!

Cada cierto tiempo en las alturas políticas de la capital andaluza se toma alguna decisión que refleja (fielmente) La marginación (o la ignorancia) con que se nos trata. Pongamos que los granadinos llevan una jartá de tiempo sin tren... Pongamos que a Granada llegará el AVE en poco tiempo. Para Jaén, ni flores (o ni pollas), que lo pregunten en Linares Baeza. Pongamos que la salida en autovía hacia Albacete se terminará en el siglo XXII... al paso que vamos. (Esto viene de Madrid, que también nos quiere mucho). Pongamos... y este es el móvil de este artículo cabreado, que en Sevilla deciden crear una campaña sobre “Andalucía, paisajes con sabor”... y se les olvidan Almería y Jaén. Por la parte que nos toca a nosotros, tienen un lapsus y nadie se acordó del mar de olivos, de la primera potencia mundial en Aceite de Oliva Virgen Extra, base esencial de la dieta mediterránea. “Igual los de Jaén ni se enteran...” habrá pensado alguien por la orillita der Guadarquiví en su tramo más saleroso, ese que no se pué aguantá.

Pero resulta que sí nos hemos enterao, que esta vez se han pasado de la raya (de nuevo), y que, para más inri, las excusas presentadas oscilan entre lo ridículo y la falsedad. ¡Joder con el centralismo! Para mí que la clave está en el duende. El duende en su doble acepción. O un duende se coló en el despacho turístico de altos vuelos donde se les “cayó” milagrosamente el aceite de oliva, o el culpable del desaguisado es ese embrujo, el duende, esa gracia especialísima que María Santísima le dio a Sevilla... y a quienes nos mandan desde Sevilla.