Segura, fresca y rica

07 ago 2017 / 10:56 H.

Toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus llagas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte... hablad de la muerte y del olvido... sed abyectos... y seréis verdaderos”. Acuden a mi mente estos versos del heterodoxo escritor francés Michel Houellebeck, cuando aún estoy impactado, casi noqueado, por la imagen del incendio de Segura de la Sierra, al ver la escultura broncínea de Jorge Manrique, junto a la muralla, con las llamas como fondo. Los seres que han pegado fuego a nuestra Sierra, son abyectos sin duda, pero nada tan verdadero, tan sincero y brutal como su bárbara decisión de quemar el monte. La muerte de árboles y de animales, cercados por las llamas, ocupa las portadas de periódicos, las piezas de dos minutos en los telediarios. Mientras tanto, los autores confían en que todo se olvidará, en el anonimato, en que no habrá drones ni personas capaces de identificarles. Se sienten seguros tras su celada curtida por los soles del verano. Saben cuándo prender cada incendio. Con una regularidad pasmosa, a las horas adecuadas, con precisión de relojeros insomnes.

Cuentan con que el entorno global les resulta favorable. Ni siquiera los años de crisis profunda que han seguido a 2008 han hecho recapacitar a nuestra sociedad acerca de la inseguridad que nos rodea, aún cuando afecte a una porción sustancial de nuestra existencia. Vivimos casi tan al día como antes del estallido de la burbuja inmobiliaria. Nos comportamos con parecidos parámetros, ignorando los datos objetivos de nuestra contabilidad doméstica. Tenemos claro que un tercio de los españoles sufre tan en sus propias carnes la desigualdad que no le queda sino afrontar como puede la empinada cuesta, cómo llegar a fin de mes. En estas capas deprimidas, desprotegidas, sí que se hace realidad, dolorosa realidad -porque se sufre- el empeoramiento en la calidad de vida. Pero los dos tercios de los españoles sin necesidad obligada de mirar a diario el estado de la cuenta corriente eleva la vista unos metros sobre el suelo, por encima de la cuesta abajo, y contempla, impávido, el horizonte azul de las montañas.

Escribo “el horizonte azul...” a sabiendas de que tiene fecha de caducidad. Consciente de que, según voces documentadas, para el año 2090 (sólo faltan un par de generaciones), la mitad sur de la Península Ibérica se habrá convertido en un desierto. Cosas del cambio climático al que, según parece, nos vamos resignando. Al menos, yo no veo millones de manifestantes en la calle portando las pancartas del sentido común, de la lucha por la vida. Mientras todo se desliza por la pendiente del deshielo, millones se tuestan en las playas, otros rebuscan las huellas restauradas de lejanas culturas en viajes de 3.000 euros, a otros les da –nos da- por estudiar idiomas a base de atracones cinematográficos en versión original... Una opción tan egoísta y acomodada como cualquier otra... hasta que la tierra abrasada en Trujala, la visión del Yelmo entre columnas de humo, las lágrimas de las serreñas... nos sacuden, nos expulsan del dolce far niente. Menos mal que nos quedan poetas controvertidos y malditos, como el tal Houellebeck. Conocedor de España, especialmente de Almería y el sudeste peninsular, su novela ”La posibilidad de una isla” (2005) luce una capacidad profética espeluznante cuando relata un paseo hacia el norte después de la hecatombe medioambiental. Lo releo en esta mañana de agosto, con buenas esperanzas de que sólo se hayan quemado 870 hectáreas de nuestros amados montes segureños: “Durante los días siguientes atravesamos una meseta reseca y blanca de vegetación anémica; el agua y la caza escaseaban, así que decidí torcer hacia el este, apartándome de la trayectoria de la falla. Siguiendo el curso del río Guardal, llegamos al embalse de San Clemente y fue un placer alcanzar la sombra fresca y rica de la sierra de Segura (...) De las cumbres descendía un leve frescor; estamos a cerca de dos mil metros de altitud”. Los incendiarios no han leído a Houellebeck. Pero él intuyó el apocalipsis que aguarda a la sombra fresca y rica de Segura. Nuestra Segura.