Sé quién soy

01 jun 2016 / 17:00 H.

Afrontar la realidad siempre es el comienzo de la solución. La masa suele comportarse de forma hostil al diferente haciendo pendular sus reacciones entre el miedo y el desprecio. La brutalidad de este comportamiento primario debe ser contrarrestada con conocimiento y pedagogía, convirtiendo la tolerancia en el verdadero eje vertebrador de cualquier pueblo que se considere socialmente maduro.

La transexualidad siempre ha existido a lo largo de la historia, pero el inicio de su aceptación es una labor de reciente empeño. La ciencia cada vez define mejor los mecanismo bioquímicos que configuran dicho fenómeno pero lo que parece innegable, para cualquiera que se acerque con un mínimo de sensibilidad, es que no se trata de personas que han pertenecido a un sexo y de forma caprichosa e inconsciente deciden cambiar, sino hombres y mujeres que han tenido siempre clara su identidad sexual y que por azares biológicos y prejuicios sociales han permanecido disfrazados en una suerte de secuestro identitario.

Nuestra identidad, lo que somos, debe ser reconocida de la forma más temprana que sea posible, como requisito imprescindible para la viabilidad de cualquier proyecto vital. En los centros escolares esta realidad es cada vez más visible, algo que no solo no impide sino que fortalece una convivencia diaria basada en una diversidad normalizada por los propios alumnos, aplicando unos protocolos de integración que en la mayoría de los casos no son necesarios porque la mirada limpia de los estudiantes suele ver con naturalidad lo que algunos adultos abominan.

Un espacio concebido para la formación plena de la persona no puede permanecer ajeno a la esencia del individuo. Una esencia que tiene que ser avalada por acciones administrativas que faciliten la inclusión y que en demasiadas ocasiones se enfrenta a la incomprensión y demora de jueces y burócratas que no intuyen la necesaria premura que toda persona reclama para ser. Y es que escondiendo la realidad nunca se atisbó solución alguna.