Rogelio, el “Niño de las telas”

Certificada en la Catedral la altura de un genio de la música, como Rogelio Rojas >> Asistimos a un espectáculo histórico, un homenaje al creador de nuestra joya por excelencia >> Rogelio, músico de siempre, se gana la vida vendiendo telas

11 nov 2018 / 11:21 H.

Cuando el inmenso gentío salía de la Catedral la noche del viernes iba con los pulmones lleno de hondura musical y de belleza catedralicia. Había asistido a un espectáculo único, excepcional, histórico en la forma y en el fondo y, qué duda cabe, lo había disfrutado maravillosamente. La sinfonía “Vandelvira” para coro y orquesta, ideada, pensada y ejecutada por Rogelio Rojas Duro, no dejó a nadie indiferente, una sonrisa permanente se dibujó en nuestro rostro, de complacencia y felicidad por compartir el momento sublime de semejante homenaje al genial arquitecto que nos legó semejante bálsamo visual para los jiennenses. Quienes entienden de música clásica, ponen en valor no solo la ejecución magistral, también los requiebros, la armonía de los instrumentos y su hilazón armoniosa o esas bellas voces que resuenan únicas y celestiales en este templo. Les ensalzo esos valores musicales porque de música hablamos y de la buena música nos quedamos prendados saboreando hasta el mínimo acorde, pero a la vez, permítanme, que les subraye un hecho singularmente llamativo, que no es otro que el de la autoestima. En esa noche fría, al reencuentro con el calor de la casa y la familia, lo que nos asaltaba el alma, sobre todo, es que esa maravilla de sinfonía la ha hecho un jiennense, al que hemos visto crecer y corretear por La Alameda y despuntar como músico con el grupo “Apache”. Rogelio Rojas es conocido por todos, todos sabemos de su vigor creativo y su constancia musical, pero no había sido reconocido seméjente talento por esas cosas de nuestro Jaén. El viernes, ejecutando a las mil maravillas su Sinfonía, cumplía un sueño, dirigir una orquesta en su Catedral y ante su gente y, además, la ciudad se rendía ante una evidencia, lo bien que compone y el largo recorrido que le auguramos a su música. Allí estaba su madre, Inés, para sonreír con la mirada y hablar con los ojos de su niño, al que tanto aplaudían cuando todo acabó; la gente puesta en pie. Seguro que Rogelio miró al cielo de la Catedral y se encontró con su padre, de quien heredó el oficio y la dignidad de las telas y esa inmensa fortaleza de espíritu que tiene para crear belleza.