Riberas humanamente ‘alicortadas’

Si uno se da un paseo por la ribera de un arroyo o de un río, de los “no famosos”, se da cuenta de lo que hace el hombre contra la Naturaleza >> Llueve, con la cosecha de aceituna ya echada, pero da vida al campo >> La guardería debería controlar más

05 nov 2017 / 11:33 H.

Ha llovido, qué paz da la lluvia y cuánto de alegría genera en el campo y nada mejor que echarse al río a ver cómo crece a poco que llueve en abundancia. Ha llovido, menos de lo que quisiéramos y es necesario para nuestras vidas preñadas de consumo y dislate, pero madrugada de agua caída del cielo y sol que pica a media mañana. Una invitación de las que no llevan curso legal ni llega con estampita ni sello, es la Naturaleza en estado puro quien alerta los cinco sentidos. Da igual si nos adentramos en un Parque Natural que tanto verde atesora, es lo mismo que si la superficie está protegida o no, que cualquier rinconcito de la provincia de Jaén es un tesoro natural que despierta el regocijo interior, al que también llaman mariposas en la barriga porque no hay prisas, no hay malos rollos, hay paz, mucha paz cuando corre el agua. Sea esta primera Crónica de la Semana de noviembre un cántico al agua y los ríos que van a dar a la Campiña del antiguo Betis y también una denuncia vehemente de las riberas ‘alicortadas” por la mano del hombre. Álamos negros, fresnos, chopos, alisos y olmos, árboles del bosque mediterráneo que con sus grandes raíces aguantan las orillas y las embestidas tormentosas de nuestro clima. Hasta que llegaron los ansias que por un olivo más en su finca han arrasado esas orillas. Riberas ahora ‘alicortadas’ donde no crece más que lo que permite el olivarero voraz de otro puñado de aceitunas para su cartilla. Por años y décadas heredamos unas orillas frondosas donde explotaba la vida en cada semilla que caía al suelo y los colores amasaban decenas de tonalidades en las hojas caducas de esos árboles que forman parte de la memoria de nuestra niñez y de esa época de inocencia y aventura extrema escapándonos al arroyo. Líbreme cualquiera de ustedes de una acusación general tan atroz a olivareros y guardas, que no la hago y lo escribo. No acuso más que a aquellos que para que los olivos tengan sol permanente, envenenan la raíz de los árboles de al lado con la vista gorda de quien cobra por velar por las “escrituras” del río. Ayer vi mucha agua y, también, mucho caradura.