Respeten a la Cultura

14 nov 2017 / 09:51 H.

Esta mañana, paseando por Jaén, me he vuelto a tropezar con la pobre Cultura. La verdad es que hacía mucho tiempo que no sabía nada de ella. Como la he visto afligida y melancólica, me he acercado hasta la mujer para interesarme por su estado, y ella, que parecía un tanto ausente, me ha contestado con evasivas. Tras despedirnos, la he seguido durante un trecho, y aunque parecía vagar sin rumbo fijo, como si se tratara de un alcohólico que trata de evitar acabar en la taberna, sus pasos finalmente la han llevado hasta la entrada del teatro. Allí ha permanecido, camuflada, largo tiempo, cabizbaja y en silencio, tratando de no llamar la atención de los viandantes. Finalmente me he acercado hasta ella y le he preguntado que por qué no entraba. Al fin y al cabo ese es su lugar más lógico, y el hogar natural de la Cultura. Y ella, tras mirar hacia todos lados, por si había cerca oídos indiscretos que nos escucharan, me ha dicho que no, que ya no, que eso era antes, que ahora se sentía desposeída de su espacio vital, casi como desahuciada, que aunque no ha sido expulsada totalmente de aquel escenario, porque al fin y al cabo su trabajo es valorado muy positivamente por la ciudadanía, la hacían sentirse poco menos que una intrusa cuya presencia se tolera con cierta incomodidad, y como le he preguntado los motivos de semejante despropósito, ella ha terminado desahogándose conmigo. Resulta que, aunque hay gente que valora la importancia de su trabajo y le anima a seguir adelante, hay otras instancias proclives a obstaculizar su labor, y la pobre Cultura, que es muy sensitiva, nota que le han perdido el respeto. Y tiene que ir arrastrándose de despacho en despacho, como si tuviera que mendigar un poco de misericordia, y lo único que le dan son cuatro gritos, y reiteradas amenazas y llamadas al orden, y a la pobre, no le queda más remedio que agachar la cabeza y ampliar su recurrente repertorio de disculpas. Y no lleva nada bien, la criatura, que cada vez le pongan más difícil lo de acceder a los espacios en los que ella ha vivido toda su vida, por eso la mujer siempre que puede se cuela a hurtadillas en los escenarios, sin hacer mucho ruido, sin molestar demasiado, no vaya a ser que se reboten contra ella y la expulsen definitivamente. Menos mal que mantiene la complicidad del público, que continúa riendo y reflexionando y emocionándose con ella, y al final acaba premiándole con un agradecidísimo aplauso. Y eso es lo que a ella le da la vida, y el motivo por el cuál continúa soportando tantas humillaciones, porque disfruta con su trabajo. Aunque a veces se arrepiente de no haberse presentado a unas oposiciones como le advertían, años atrás, sus padres: “búscate algo seguro, hija mía”. Pero ella siguió su vocación. Aunque ahora no sabe si le dejarán seguir haciendo, durante mucho tiempo, este trabajo, y la Cultura, que fue orgullosa y contestataria en su origen, con el tiempo y con los golpes que ha ido recibiendo, se ha tenido que volver sumisa y dócil. Pero con un brillo en los ojos acaba anunciándome que si la siguen humillando no va a tener más remedio que explotar y gritarles cuatro verdades en la cara a los que la amenazan, y va a volver a pelear con las únicas armas que ella posee, el arte y el ingenio. Y la creo muy capaz de ello.