Radicalismos políticos

22 dic 2018 / 10:56 H.

Advertía el erudito escritor George Orwell en su novela “1984”, escrita a mediados del siglo pasado, que estuviésemos alerta con los regímenes totalitarios. En su novela prospectiva de ficción recogía los tres eslóganes fascistas del Ministerio de la Verdad: La guerra es la paz/ La libertad es la esclavitud/ La ignorancia es la fuerza. Pues bien, en la España democrática ha habido y hay brotes de estos fascismos en varios momentos de nuestra historia reciente. En la extrema derecha española, en tiempos de la Transición política, emergieron los llamados “golpistas” que eran movimientos fascistas. En 1981, estos se sublevaron militarmente contra el primer gobierno democrático de la Transición representado en la figura del presidente Suárez. Su pretensión era muy nítida: retornar al régimen político de la Dictadura. Esta extrema derecha fue perdiendo gas por las sucesivas y fallidas intentonas de golpes de Estado y, al final, acabó camuflándose en la Alianza Popular de Fraga.

Coincidiendo, aproximadamente, en esta época histórica surgió el llamado “problema vasco”. Los ultras de la banda terrorista de ETA asesinaban selectivamente a personas inocentes pertenecientes a distintos ámbitos de la sociedad española. Al principio, su implacable objetivo era liquidar la Dictadura franquista. A estos radicales vascos le debió parecer poco el daño hecho y ampliaron el objetivo intentando decapitar la joven Democracia Parlamentaria, con la finalidad de declarar por la fuerza de las armas la República Vasca. Los resultados son de sobra conocidos.

Cuarenta años después, la historia se repite en algunos aspectos. Desde el 20 de septiembre de 2017 hasta hoy, reaparece con fuerza avasalladora el denominado “bloque independentista catalán”, de ideología transversal, que toma las calles y corta las autovías valiéndose de sus encapuchados radicales, la mayoría jóvenes fanáticos imbuidos de odio, cuyas acciones vandálicas son similares a la “kale borroka vasca”. La organización independentista sigue alimentándose, entre otros, de los llamados CDR (Comités de Defensa de la República). Torra, Puigdemont y sus adláteres mienten con descaro cuando declaran que en las calles no se da ningún tipo de violencia, y mantienen intacto su objetivo de imponer a más de la mitad de catalanes su ilegal República Catalana. Aquí todavía, a diferencia del problema vasco, no ha habido muertos, y espero que nunca los haya, mas hay que recordarles a estos dirigentes independentistas que han emprendido un camino peligroso del que ellos son los únicos responsables. En la extrema derecha española acaba de irrumpir con fuerza en las elecciones andaluzas el partido Vox, que declara situarse dentro del marco constitucional. Su ideario significa un regreso al pasado. En su programa electoral recoge: liquidar el Estado de las autonomías, derogar la Ley de Violencia de Género sobre la Mujer (aunque contemplan a diario el goteo de mujeres asesinadas), poner muros al problema de la inmigración, derogar la Ley de la Memoria Histórica... En el día que celebramos nuestros comicios, el susodicho partido obtuvo sorprendentemente doce diputados y con urgencia exigió el cierre, no la reforma, de la RTVA. Los dirigentes de Vox deben saber que en esta tierra no se está aplicando el artículo 155 de la Constitución para exigir la clausura de las cadenas y que la existencia jurídica del ente público andaluz está garantizada en el Estatuto de Autonomía y en la Carta Magna.