Poética del viajero

13 jun 2016 / 12:03 H.

Con el verano florecen las ofertas que buscan nuestra pulsión para adquirir viajes como si de una camiseta de moda se tratara, ¡lo mona que es y lo barata que me costó! Entre los que viajan, salvo algunos que lo hacen por integrarse en el grupo de los trabajadores medios con derecho a vacaciones de altas miras, la mayoría son nómadas, como pastores, atraídos por otros pastos y otros mundos, frente a los campesinos sedentarios que construyen y edifican ciudades, compran viviendas y se preocupan por el patrimonio. Partir es enfrentarse al control, a la lógica del tiempo y del dinero, a la servidumbre de lo cotidiano.

Pero, como todo lo tocado por el consumo, el viaje está perdiendo su poética. Buscar en el inconsciente aquella lectura o aquel deseo, aquella foto de nuestro libro de texto, y escuchar su llamada.

Aumentar el deseo en bibliotecas, librerías y foros on line que contribuyen a reformular el destino, a rehacerlo sujeto a nuestros deseos, a ampliarlo en el planisferio con la lupa de lo que nos toca el corazón, pues sobre el mapa hacemos nuestro misterioso primer viaje. Deshacerse de lo que tenemos pero no de lo que somos para acertar con el equipaje mínimo.

Cerrar la puerta de nuestra casa y ser consciente sin estrés de estar entre dos mundos, en esa tierra de nadie, en esa espera mágica. Elegir la compañía o la soledad, nada peor que la obligada o la de costumbre. Inventar una inocencia, agudizando los sentidos, improvisando, dejarnos sorprender y contaminar.

Seleccionar qué guardar en la memoria y cómo, que sean como puntos cardinales mínimos que reactiven la orientación al placer que hemos vivido, sin las prisas de la cámara digital que mutila el mundo tras una pantalla, recuperando el romanticismo del diario sobre todo cuando se viaja con pequeños, tomando el pulso a los poderes de la tierra que nos conquista y a los colores que en esa conquista adquieren quienes nos acompañan. Decir el mundo comunicado. Hacer el viaje poesía cristalizadora de futuro.