Pocos pero buenos

02 dic 2017 / 11:37 H.

Querida amistad, me dirijo a ti para expresarte mi profundo agradecimiento por haber permitido que gozara, a lo largo de mi vida, de un privilegiado ramillete de buenos amigos. Confieso haberme sentido siempre acompañado y junto a su sentido del humor, siempre he podido sonreír abiertamente. No sé si recordarás que empatizaba con todos ellos, los respetaba y los trataba a todos por igual. Formar parte de esa relación hizo que la magia de su amistad sorteara miedos y conformara en mí un espíritu libre y aventurero que cuando tenía que soltar presión recurría a ella. Todavía recuerdo el encanto de aquellos años que perdurará eternamente en mi corazón. Ellos me enseñaron a compartir ideas y a expresarlas sin tapujos en defensa del nexo que nos unía. Yo pensaba que tenía los más importante que un hombre puede tener y aunque algunos cambiaron de latitud, o abandonaron el barco antes de tiempo, desde aquí quiero dedicarle el homenaje que se merecen: contrajeron méritos que se fundamentaron en el elevado sentido de su amistad. De ellos aprendí a ser el romántico en el que me convertí y aunque sea reiterativo, quiero, desde estas líneas, mostrar mi agradecimiento y admiración a aquellas palabras y gestos que me lo han dicho todo. Gracias a que no ignoré sus recomendaciones, fui más allá en la vida, disfrutando de ese espacio común, reservado en exclusiva para esos pocos pero buenos amigos, a los que quería y necesitaba. La vida me sabía a poco cuando me hallaba solo y era estar con ellos, todo se convertía en una fantasía real de la que no quería despertar porque para mí era un honor sobrevivir, gracias a ellos, a todos mis sentimientos de derrota y frustración. Junto a ellos nunca sentí una sensación de ridículo, y su contacto reproducía cada instante lo mejor de una realidad a la que me agarraba porque me desintoxicaba a la vez de otra verdad menos atractiva. Lo curioso de los buenos amigos es que su amistad no se acaba nunca, mientras su voz se oiga en lo más profundo de nosotros y le de solidez a cualquier tipo de análisis que hagamos. El amigo es la referencia cercana que resume todo lo que ha cambiado en nosotros y aquello otro que hemos tenido que corregir para no dañar la lógica de una amistad que admite la autocrítica y el optar por dónde debe seguir la historia de algo que de hecho ya se ha escrito. Porque se pueden añadir cosas que enriquezcan, o quitar aquellas cosas que no digan nada, pero lo esencial permanece aunque no siempre lo que requiere nuestra atención sea todo lo positivo que hubiésemos deseado. Todas las cosas de nuestros amigos merecen ser contadas y más si se trata de su última voluntad, no hay nada más digno de contarse que el convencimiento de que un amigo ha vivido cosas que merecen ser contadas y siempre con la humildad de que lo que se cuente no sea mi historia sino la suya, porque lo fascinante es que la unión pervive más allá de una muerte, que con un talento fuera de lo común, hay que saber asumir con la mayor de las dignidades que la persona es capaz de imaginar. Por algo se dice que la amistad es un proyecto inacabado cuyo simbolismo se pierde en el infinito y en el que todos deben reconocerse. Cuando me pregunten por los amigos, contestaré siempre que fue esa relación que dejó atrás mis problemas y dilemas por resolver.