Pistoleros en la ciudad

15 jul 2017 / 10:43 H.

En este escenario de película del oeste, rodada al estilo Almería, y con presupuesto justito, los duelos al sol son los únicos episodios que se salen del guion y tienen una dosis mínima de tensión narrativa. Anda el alcalde Javier Márquez buscando de nuevo su sitio, marcando el territorio para intentar dejar claro que el que manda aquí es él, que luce la placa de sheriff. Ante las acusaciones —de los que considera los Hermanos Dalton— de que está puesto a dedo y que manda poco o nada, sacó el revólver y antes de entrar a la cantina pegó unos cuantos tiros dialécticos.

En la carta del portavoz del grupo municipal socialista, Manuel Fernández, publicada por este periódico, arremetía contra el “no gobierno” del alcalde, apoyado en ediles tránsfugas, y le acusaba de no hacer nada por la ciudad. Una munición de primera, aunque la espoleta que hizo desenfundar al socialista fue la cantinela de que el alcalde lo es porque la oposición no quiso gobernar. Esta frase ya recurrente del regidor escuece de lo lindo en la acera socialista. Si a la misiva sumamos los ataques directos del secretario general de los socialistas, Francisco Reyes, por entorpecer proyectos como el Museo Ibero, amén de recordarle aquello de ser subalterno de quién de verdad manda en el PP, el alcalde no tuvo más remedio que desenfundar su colt.

Y a tenor de lo escrito, en estas mismas páginas, no se dejó munición en el tambor. Con pluma florida y cuasi bolivariana atacó a su contrincante para acusarlo de no tener valor. De que le faltaron arrestos para convertirse en alcalde de esta nuestra ciudad, y le afeó que montara a Carmen Peñalver en la diligencia con billete solo de ida. Lo acusó, además, en un momento muy novelesco, de tener un “negro” que le escribe. En concreto, esgrimió que la carta publicada por Fernández con su rúbrica no era de su puño y letra. Sembrando la duda sobre quién escribe el relato del socialismo jiennense. Desde esta tribuna, y en este punto, nunca pondremos objeción al buen uso de los escribientes, porque confiamos en el trabajo profesional. Para justificar la falta de intención de Fernández para hacerse con la placa de sheriff, adujo que nada como estar en la confortable Diputación Provincial de vicepresidente antes que asarse en el suelo municipal. Y es que, si históricamente el “ente” era un buen refugio de entreguerras para alcaldes sin trono, ediles en el limbo y despistados de carné, ahora es un verdadero paraíso interior. Ante el clima asfixiante municipal del territorio, la Diputación Provincial es un vergel presupuestario para un político, con un microclima que la convierten en un oasis, un edén solo al alcance de los elegidos. Así vagan por los arenales municipales cargos socialistas y populares, con la mirada perdida, sufriendo el espejismo de que serán ellos los siguientes. De que lo tienen en la punta de las manos. Pobres beduinos.

Aunque estos episodios no tengan música de Ennio Morricone, son nuestro particular “pipirrana western” y nos entretienen porque con estos calores un duelo al sol, aunque sea con balas de fogueo, es mucho más interesante que ver pasar por las calles esas nubes del desierto, esas plantas voladoras que en España, porque somos así, también denominamos “apretaculos”.

Afortunadamente, no llega la sangre al río político porque, como en las películas, todo tiene una coreografía, para no llegar a hacerse daño. De esta manera, por ejemplo, se llegó al enésimo acuerdo que se ha necesitado para desbloquear el Museo Ibero. Fue en el Ayuntamiento, en una ronda a cuatro, para que, de una vez, el Ayuntamiento renunciara a la titularidad del terreno y se tramite la licencia. A la salida del baile, el compañero Arroyo inmortalizó el momento junto a una reproducción del Guernica de Picasso, pero juraría que estaba de atrezo, porque allí estaba la marca de “El grito”, de Munch.