Perdimos el tren

10 nov 2017 / 12:19 H.

A primeros del siglo XX, Jaén era la cuarta provincia andaluza en la tabla demográfica, con 474.490. Por encima pero muy próxima se encontraban Granada (492.460), Málaga (511.989) y Sevilla (555.256). Todas las demás estaban por detrás y en algunos casos a mucha distancia, como Huelva (260.880). Está claro que nos encontrábamos posicionados en muy buen lugar en cuanto a desarrollo demográfico. En esto influía de manera especial la agricultura, la ganadería de las comarcas serranas y la minería e industria de Linares y La Carolina. Frente a esta buena cifra teníamos otras estadísticas que indicaba que la cosa no pitaba bien, como era que solo el 1 % de los hombres trabajaban en profesiones que requerían estudios, como médicos, maestros, ingenieros, militares etcétera; el 30 % trabajaban en la agricultura, y el 69 % restante se englobaba en el apartado de esas desaparecidas profesiones como eran las de sereno, pregonero, recadero, sombrerero, colchonero, hachero, resinero, barquillero, esquilador, herrador, aguador, y otras muchísimas más que han quedado en el recuerdo. El caso de las mujeres era mucho peor, ya que solo trabajaban el 4 % y casi todas en el campo. La revolución industrial entró con fuerza en muchos lugares, en cambio en Jaén no supimos engancharnos a ese carro y nos quedamos con pequeñas industrias relacionadas con el aceite y el trigo, ya que la provincia tenía dedicada 214,000 hectáreas al olivar y 200,000 a los cereales, presentando otra estadística demoledora como era que el 40 % de los 13,500 kilómetros cuadrados de nuestra provincia eran propiedad de 400 latifundistas. Dicen que aún con estos datos, comenzó a emerger una clase media, de la que Jacinto Benavente decía “se llama clase media porque todo es a medias en ella; alimentada a medias, instruida a medias, compadecida a medias y a medias rebelde, con la envidia como una muestra de esa rebeldía”. En toda la provincia había solo dos institutos, uno en la capital y otro en Baeza. El problema de la formación arrastraba todos los demás, como por ejemplo la falta de idea para comercializar nuestros productos. El que fuese gobernador civil Mores y Sanz insistió en que se creasen industrias de transformación y asociaciones de agricultores, y esto tan básico, ni hoy en día lo hemos conseguido, ya que nuestro monocultivo más que ayudar, se ha convertido en algunos casos en una losa imposible de levantar, aunque parece que está llegando nueva savia al sector. Las cosas no pasan porque sí, casi todo tiene una explicación. Tiene que haber personas emprendedoras que tiren del carro con sus ideas y nuevas formas de hacer las cosas, pero necesitan armas para poder luchar, y aquí es donde entran los políticos. Aunque pienso de corazón que la mayoría de ellos tratan de hacer bien las cosas, ha habido algunos que nos han perjudicado con sus decisiones, y valga como ejemplo nuestro paisano el ingeniero agrónomo José de Prado y Palacio, que a muchos ya les suena por haber llevado su nombre la actual calle San Clemente de nuestra ciudad. Este señor que llegó a ser ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, director General de Obras Públicas y Agricultura, así como alcalde de Jaén y de Madrid en dos ocasiones, este señor, aparte de dejar una frase lapidaria en la revista Don Lope de Sosa, en la que decía “Jaén por ahora, no puede aspirar a ser entre sus hermanas andaluzas una ciudad de primer orden en los aspectos de la vida material; sería una locura soñar con algo que pudiera ser emulación de la vida comercial e industrial de Sevilla, Málaga, Granada, Córdoba...”. Este político que murió a los 61 años en su hacienda de Espeluy, fue el que hizo que la línea de ferrocarril que uniría Madrid con Cádiz, en lugar de pasar por la capital, como hubiese sido lo lógico, pasase por Espeluy que es donde él tenía una gran finca. Así perdimos literalmente el tren, aunque algunos no perdemos la esperanza de ver a Jaén en el lugar que le corresponde por su historia y su belleza.