Paraíso y páramo

05 ago 2018 / 11:11 H.

No nos engañemos, a pesar de nuestras nostalgias, más allá de nuestras querencias, y aun aceptando la gravedad y el sometimiento a esa postración o pesimismo endémicos que parece ser nos caracterizan, tenemos que aceptar, por evidencias, por hechos, por la historia que arrastra nuestra sangre, que tan solo la naturaleza, con su prodigalidad exenta de intereses y mezquindades, ha sido generosa y desprendida con estas nuestras tierras de Jaén. Por lo demás, en cuanto a los personajes que las hemos ido poblando, a los administradores que la han ido gestionando y los mercaderes que la han ido vendiendo, dejamos mucho que desear. Los paraísos se crean para deleite y premio de sus moradores, si atendemos la ortodoxia de todas nuestras religiones; los páramos no son obra de los dioses, - mira tú que cosas-, sino de la desidia y pobreza espiritual de los hombres. Jaén es un paraíso y un páramo, edén regalado y yermo asumido. Tenemos muchos ángeles aburridos y cegados, y unos cuantos cucos o buitres muy activos. Por otra parte, sería injusto resumirnos tan solo dentro de los rigores de esta fórmula; el jiennense no es menos que cualquier andaluz, ni inferior a otro español, ni tan siquiera muy distinto de cualquier habitante del planeta azul. Todos somos conscientes y conocedores de una u otra manera, que hay muchas gentes en este Jaén Lagartijo, en esta provincia de lunares verdes y tan bonica, que mueven su corazón, y su corazón los mueve, al compás de esta tierra. Personas jaeneras y orgullosas, que están poniendo todo su quehacer, sus ilusiones, sus esperanzas, en levantar lo que ya era altivo, en conciliar el deseo y la realidad, sin intermediarios, a pie de calle, a salto de mata, entre terrones y sombras de olivos. No se acaba de entender, y el que lo entienda que nos lo explique, porqué, en un Jaén que abre sus poros, que se empapa con los devenires, los asuntos, y alguna veces el desprecio de aquellos seres de paso confundido, de palabra adinerada, está sometida a este juicio de jueces y juezas que acaban por confundirnos y nos dejan mirando eclipses. Pero, —siempre hay un pero— los datos y las vivencias cotidianas hablan en prosa algebraica y exacta, más allá de los poetas, más allá de los juguetes, y así, sin más cosas que el mudo pueda decir, nos encontramos y nos vemos, con juventud emigrante, despoblamiento, envejecimiento con ancianos desatendidos, un paro paroxístico, un endeudamiento capital y provincial, unas calles parcheadas y con la urgencias del próximo envite electoral, o de la visita inspectora. Algunas veces lo he dicho, detesto el popular “Jaén, ni pollas”.