Palman las palmeras

04 ene 2019 / 11:38 H.

De un tiempo a esta parte, nuestra ciudad se ha visto embellecida por numerosas palmeras que se encuentran en los lugares más emblemáticos. Se han ido convirtiendo en un elemento de nuestro paisaje urbanístico casi sin darnos cuenta, ya que han ido creciendo con nosotros. Recuerdo la que se encuentra hacia la mitad de la calle Rey Alhamar. Esta palmera le costó a un amigo casi una enfermedad, ya que comenzaba a trabajar en los años 80 como arquitecto y adquirió el solar para hacer una promoción; cuando tenía todo proyectado, se denunció el incumplimiento de una ley de protección del Ministerio de Agricultura que incluía las palmeras, teniendo que cambiar el proyecto más que deprisa. Otras famosas palmeras que han quedado a la vista a partir de la demolición de la cárcel vieja son las dos que se erigen como atalaya de entrada del Museo Íbero.

Para no ponerme cansino enumerando la cantidad de rotondas que tenemos adornadas con palmeras, termino por recordar el precioso palmeral que tenemos en la piscina de las Fuentezuelas, y voy a lo que voy. Todas estas plantas tienen en común que van a desaparecer en un breve periodo de tiempo. Se podría decir que el causante ha sido el “picudo rojo”, pero no, el causante fue el “boom” urbanístico. Cuando en la época de los 90 se comenzó a edificar sin medida ni razón, se puso de moda el uso de la palmera datilera como planta que denotaba ostentación y grandeza, y al no poder ser abastecida por lo viveros nacionales, se comenzó a importar de Egipto, y aparte de la planta, pues por el mismo precio nos vendieron a nuestro querido “picudo rojo”, o sea, al escarabajo que se está devorando a todas las palmeras datileras y canariensis. Las primeras que se detectaron infectadas fueron en Granada, en 1995, por lo que posteriormente se estableció una medida comunitaria para controlar las entradas de palmeras procedentes de Egipto, así como las actuaciones que se tenían que realizar cuando se detectase una infectada. En 2010 la Junta traspone esta medida mediante un decreto, siendo derogado en 2018, posiblemente porque, como decimos aquí, “chominá que briegues”. Me comenta la exjefa provincial de sanidad vegetal, Ascensión García, a la que conozco muy, pero que muy bien, que se “estuvo conteniendo su entrada con fuertes medidas en fronteras y viveros, así como con una continua vigilancia sobre las plantas, ya que solo con un control visual de la cabeza o corona, se aprecia la infección de la misma”. Posteriormente a la detección, hay que actuar con celeridad informando al Ayuntamiento o a la Delegación de Agricultura para que asesoren del estado de la palmera y del control que se debe de seguir. Si el estado es reversible, se puede realizar una cirugía de la misma o tratamiento curativo, si el caso es irreversible, es obligatorio eliminar la palmera para evitar la dispersión de la plaga. La eliminación de la misma conlleva un protocolo y unos costes. Pues “vuelve la burra al trigo”, como la palabra “coste” da miedo a nuestro ayuntamiento, lo más fácil es no hacer nada. Entendemos que no haya dinero para seguir protegiendo a la gran cantidad de ejemplares que tiene esta ciudad, pero lo que sí que tienen es la obligación de eliminar las que están infectadas y de proteger la integridad física de los ciudadanos, ya que una hoja de palmera, con su gran peso y de la altura de la que caen, puede matar. A una de las de los jardines del museo, la Junta de Andalucía le ha realizado una cirugía, pudiéndose apreciar la melena que le ha vuelto a crecer, porque entienden que es un emblema en el mencionado jardín y no se puede perder. El palmeral de Las Fuentezuelas ha costado muchos años de esfuerzo y cariño como para dejar que se pierda. Aún estamos a tiempo de salvarlo, aunque cuando nos proponemos cargarnos algo en esta tierra, a la voz de “no hay huevos”, arrasamos. Nos hemos cargado hasta la escultura en hierro de una palmera que había sobre el aparcamiento de la plaza de la Constitución, antes “plaza de las Palmeras”.