Palabras

18 mar 2019 / 16:15 H.

Dejar fluir las palabras, dejarlas libres que ellas solas por sí mismas nos cuenten sus misterios y sus historias es algo revelador e inesperado. Nadie es capaz de sujetarlas cuando brotan de los labios a borbotones. Cuando se proponen salir para desmembrarse y actuar por sí mismas es maravilloso. Así puesta en esta tesitura incluso asustan y aturden. Hay que oírlas, porque ellas se imponen. Me gustan las palabras bien dichas, prestarles la atención grave que requieren. Me fijo en su tono, en su cadencia, en la pronunciación de quien las lea en voz alta, pero más me agradan cuando las leo en silencio para mí misma. Entonces, creo que están escritas para mí, solo para mí, y disfruto de su recogimiento e integridad. Aprendo de cuanto me dicen, tomo buena nota de sus enseñanzas y me cobijo bajo su poder. Entonces, me encuentro fuerte, poderosa, porque creo que las buenas palabras son escudos que nos alejan de las mentiras del mundo. ¡Las buenas palabras...! ¿Cuántos hombres y mujeres en la historia no se han dejado seducir por ellas? ¿Cuántos remotos escritos han dejado su rastro en corazones apasionados que han sabido avivar fuegos inextinguibles entre cándidas doncellas y hombres regios o malandrines detestables? Toda alma viviente ha encontrado cobijo y ha vibrado ante los signos gráficos.